Fue en el instante de mirar de cerca, con vista
lejana, cuando descubrí que me ofrecía en holocausto para salvar a los sueños y
a los soñadores. ¿Qué era lo que vi? ¿Valdrá la pena recordar que todo huele a
segundas intenciones y yo estaba en ese lugar con las manos colmadas de
esperanzas? ¿Valdrá la pena unas líneas, una carta o una crónica de los hechos?
Como sea, a tientas o desde lo bajo de la voz, intentaré develar algo que sirva
o no, a un puñado de seres.
Aquella tarde de primavera, volvía de mis clases de
lengua extranjera cuando visualicé un rostro conocido. Era el Sr Jium, mi
antiguo profesor de meditación, quien con paso lento y sonrisa plena, abrió sus
brazos para cobijarme, después de haberme reconocido.
-
¡Marga, qué alegría verte!
-
Lo mismo digo Profe, respondí con
emoción.
Confieso que tomar lecciones con él, en tiempos
aciagos, me había servido de mucho. Luego de un año de clases, él fue exiliado
y yo también.
Jium se fue a España y yo a otros limbos. No hay una
sola forma del exilio. Al profe lo recordaba afable, risueño y lleno de
proyectos por cumplir.
Hablamos un par de cosas intranscendentes y combinamos
una cita para el día jueves, café por medio para ponernos al tanto de nuestras
vidas.
Parece que los años se disipan en la borra de un
buen café o es la borra el sedimento necesario para comprender el fuerte sabor
que emana un café tardío.
Lo recordaba de pocas palabras, me incomodó un poco
su verborragia. Según él yo estaba demasiado silenciosa, me recordaba
habladora.
Pero fue en el ojo de las cosas complejas donde me
di cuenta de que el tiempo nos desfigura. Me sentí invariablemente quejosa y
antigua: el mundo muta y yo me había quedado enarbolando sueños de mundos
mejores. Y aunque mi profesor expresaba antiguos sueños, lo vi desenterrar un
árbol milenario para darle lugar a una ramita verde fosforescente y luego lo
sentí llorar, mientras secando sus lágrimas pactaba nuevas citas con otras
personas para sembrar extrañas ramas verdes.
Juro haber visto todo un monte de eucaliptus talado
y colmado de surcos vacíos , pero
quedaba un solo árbol aún erecto y quise sostenerlo para que no cayese. Aún me siento en estado
inconsciente, aunque desde aquí puedo ver miles de árboles de plástico que
están progresando en un monte de mentira frente a tanto silencio.
Este es un siglo de apariencias, pero me tomé la libertad
de hacer una pausa en medio de tanta muerte para regar el único árbol verdadero
que nos queda: el de los genuinos sentimientos.