Hay una memoria prendida del alma, una memoria
desarticulada, esparcida en retazos sobre ayeres de vasijas no domesticadas. A
los pies del otoño, la melancolía destila mares híbridos de lana; el punto cruz
de cualquier nostalgia. Mas, con el transcurrir del tiempo que no existe, se
aprende que a la melancolía la abruman los sueños y soñar como decía mi abuela…
no cuesta nada. El alma, el pensamiento y los espacios en blanco saben
colocarle alas a los sueños hasta elevarlos, y también prestarle alas por un
instante a quien no sepa ceñirlos a la esperanza, hasta confiar en que es
posible un paso estrecho o un paso largo; principio y fin de andar por la vida legítimamente
efímera y aún así, caminando. Cosas de la memoria…esparcida en retazos.
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