El peor de los
fallos es el engaño a sí mismo; ese fallo suele aletear en la inmovilidad por
la falsía de su vuelo; porta las características de un pájaro embalsamado que
brilla cual oropel encinto.
A veces las almas, las personas, se cargan de
sentires maquiavélicos, de glorias de papel, de enmascaradas envidias; sin
embargo nadie huye por siempre de sí mismo y a costa de un cansancio extra para
poder mantener colmado de pompas y carnavales su aleteo extinto, el profundo yo
enfermizo se descuida y finalmente nos revela su horizonte comprado que no es
otra cosa que un fariseo devenir, hijo de los espejismos. Hay otros caminos:
son vías de afán, de escarpados andares, infernales a veces, angeladas en pocas
ocasiones; son imprecisas sendas de pérdidas y extravíos, pues no hay manera de evolucionar cuyo precio no
sea perder una parte de la propia vida.
Para mi subjetivo
parecer el horizonte está en otras pupilas; lo veo en los sueños de los que
llegan, en las ideas que elevan, en los sentires genuinos, en las palabras
augustas o en las menos despreciables, en las más justas, en las más claras o menos
indignas. Siempre elegimos hacia dónde caminamos ; particularmente siempre he
preferido un paso nimio, aún en soledad, que un batir de palmas vacío.
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