Descender hacia el último escalón para llegar al interruptor
de la luz. Resguardarse aplastando la espalda contra la pared. Y mirar: esperar
observando como lo haría una bestia al acecho. Lograr cualquier tranquilidad, y
triunfar con ese primer paso en contra de lo desconocido. La lealtad con la
cordura es fundamental, tanto que se ponen en duda principios. Después,
respirar es ese oxígeno fresco de una ventana abierta que puja por
equilibrarme. Ascender como si nada hubiese sucedido; ni el cansancio, ni el
desgarro de los pensamientos, ni tampoco el ahogo. Me atrevo y no, siempre es
el mismo camino: las escaleras. Siempre la misma celda: yo mismo.
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