Luego de hacer las compras caminé sin rumbo fijo, eso de
vagar es un buen remedio a la hora de descargar los pensamientos. Todo hubiese
sido como otras veces si no me hubiese cruzado con esa mirada de lobo
hambriento. Cuestión de supervivencia, me dije a mi misma, tratando de calmar
mi inquietud. Seguí caminando como si nada sucediese, aunque dentro de mí todo
sucedía: náuseas, temblor y un alto grado de desconfianza. Acomodé mejor la
bolsa que llevaba colgando del brazo, ese gesto pareció despertar el aire instintivo
de otros. Una simple bolsa es causa de inseguridad en estos tiempos; es que
estos tiempos que corren están cargados de indiferencia. No sé si es factible
hacer la diferencia entre los indiferentes, el caso es que cuando todos ellos
se aproximaron arrojé la bolsa unos metros más allá de mí y sin ningún
miramiento, eché a correr. Me salvé de la jauría de perros , aunque perdí el
kilo de carne. No siempre se puede ganar…
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