Alma es una niña singular, busca las simples cosas que la
gratifican. Es así como se la suele ver apoyada sobre el vidrio de la ventana
de su hogar intentando descifrar los astros en el cielo o sentada sobre la
hierba del jardín para observar de cerca las hormigas, el rocío del atardecer o
algún gusano de tierra.
Este domingo pasado sintió la primavera en la punta de su
nariz: el olor a lavandas, jazmines y flores frescas la despertó. Su madre
atareada con las cosas del hogar sólo atinó a reclamarle ayuda para
finalizarlas, sin reparar en el rostro ensoñado de Alma. La ensoñación la
apresó por un instante: quería regalarle al mundo una brizna de primavera.
Colaboró con su madre y ya pasado el mediodía comenzó a recoger flores de su
propio jardín. Dos caléndulas y un ramillete de jazmines alcanzaron para que su
rostro irradiase felicidad. Luego, comenzó a caminar por la acera. El sol
proyectó su sombra extensa y Alma supo jugar con ella. De repente la sombra
pareció engrosarse demasiado, tanto que semejó la figura de un hombre alto.
Cualquier niña se hubiese asustado, pero no ella. Agudizó sus sentidos y con la
seguridad de portar el amor entre sus manos se detuvo antes una mujer madura
para decirle:
-
Señora ya pronto es la primavera y me gustaría
regalarle flores.
La mujer, sorprendida, la miró con asombro. Después observó
el ramillete apretado en su manita y sonriéndole le respondió:
-
Claro que si, me gustan las flores.
-
Puede elegir si quiere…
-
-Me gustan los jazmines.
l La niña se desprendió del
ramillete y a cambio recibió un beso.Una fuerte emoción recorrió el
cuerpo y alma de la mujer. Recordó que cada primavera su padre le regalaba
jazmines, ya hacía más de de veintisiete años que había fallecido. Mientras la
lágrima buscó el recuerdo, una sombra de un hombre alto pareció trepar el aire
hasta perderse en el cielo. Después de todo el amor, en cualquier tiempo, busca
su manera de hacer magia…
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