El barrio se escondió tras una capa de silencio.
Uno hizo señas a otro y ese otro encerró las señas en un puño. Siempre me ha
gustado preguntar y escuchar los porqués de todo lo ausente. Claro que como
toda ausencia se nutre de lo apocalíptico o algo así, pero todo sucede a
espaldas de nuestra capacidad de ver más lejos. La palabra no dicha es de
dementes, pensé, mientras se agigantaban los gestos. Y en ese maremágnum de
gestos alguien supuso que ya eran demasiados, así que en medio de los gestos no
expresados descubro las mentes ateridas y los corazones huecos. Nunca había
visto una tienda de muñecos tan reales hasta que crucé el portón de mi barrio,
tomé distancia y me miré en el lago. Aún en el agua, las palabras flotan cuando
se guardan en una botella. Se me ocurrió que las capas de silencio no
justifican mi silencio. La lancé y mi mente se vació esperando un eslabón
nuevo, después de todo, la palabra vive en boca del tiempo.
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