lunes, 26 de diciembre de 2016

Una mejor versión


Siempre supe que somos un sinnúmero de desaciertos con algún atisbo de  dudoso acierto. Acertamos a nacer un día cualquiera sin que ello sea razón de algo sobrenatural o de indicio de cambiar algo en el mundo. Estaba en esa serie de dislates mal barajados cuando me encontré con mi antiguo amigo Hernandarius the Word. ¿Cómo eran las cosas antes de él no lo supe precisar bien, pero como fueron después , tampoco. Él es un engranaje necesario para la vida de muchos, asiste a sus vidas y sus muertes y sin ir más lejos puede dejarlos en stand by de un plumazo. No es un dios ni semidios, habita lo imposible y sangra asiduamente. El caso es que le dio sentido a la esperanza de ser comprendida en toda dimensión y aunque debo confesar de que mis dimensiones han ido en desmedro de mi imaginación, aminoré mi marcha y lo saludé.
         —¿Qué tal Hernandarius, tus cosas bien?
         —Más o menos, como la mayoría…ni muy muy ni tan tan.
Juro que estuve a punto de dejarlo hablando solo, esa respuesta agridulce en medio de climas festivos me pone malhumorada. Pero claro, no todo es tan fácil y no es posible despegarse de un buen amigo con tanta soltura.
         —¿Tus cosas dan en rojo, no? —atiné a responderle con voz metálica. Algo así como una voz poco humana.
         —Preferiría hacer un paréntesis, volver a conjugar el sentido de los hechos, hilar mejor, y ayudar a ver, pero no es cosa fácil. El mundo está todo mezclado, lo mismo un burro que un gran profesor como diría Discépolo en el tango Cambalache.
Me sentí la reina de las burras, yo tengo malos hábitos. No matan a nadie ni siquiera a mí pero hay que convivir con ellos.
         —Si claro, todo suena parecido pero no lo es.
         —Exacto y a veces es mejor hacer un punto y aparte y retirarse del fuego de los sucesos.
A esta altura de la conversación metí mi mano dentro del bolso en busca de mis llaves, quería subirme lo más rápido posible a mi vehículo para marcharme de ahí. Claro que el tipo me conoce bastante y suele mutar en femenino, en vegetal, o lo que se le ocurra. No creo en los maleficios, pero que los hay o las hay, es un hecho.
Me restregué los ojos, una densa lágrima cayó de uno de ellos, no era de emoción, ni tampoco por ninguna reacción de alguna cebolla; en realidad la lágrima nació de fijar mil veces el ojo y afinar la puntería para dar en el blanco. Y mal que me pese, todo se puso negro. Y ahora acá estoy en medio de la negrura, asistiendo a la muerte y resucitación de un loco texto. Después de todo, este oficio que me llena de personajes amigos, tiene sus ventajas: edito, reinvento, mato, soy portadora de vida, de amores y guerras con tan sólo pensarlo y escribirlo. Lástima que mi otro yo, inapelable, se encarga de tachar, rehacer, y encontrarme con Hernandarius: la mejor versión de mis correcciones en Word.


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