jueves, 29 de junio de 2017

Alegoría


Yo no sabía que Ludmila era tan creativa, menos que menos que  iba a realizar semejante maqueta reproduciendo la fisonomía del barrio y como si todo eso fuese poco,  reproducir con lujo de detalles la cuadra de la calle Ombú entre Arrayanes y Favaloro. En esa cuadra, justo vivo yo, y también está el almacén de Quito Nieves, el kiosco de Manuel Lissis y la veterinaria de Federico Canice. Todo hubiese sido una caricia al sentimiento barrial  si no hubiera aparecido en la vidriera de la veterinaria un animal que despertó mi curiosidad y la de otros. Algunos decían que era un perro lanudo inmenso, otros  afirmaban que eran dos gatos pegados, y no faltó quien dijo que era un tigre diente de sable, y yo no quería desilusionar la imaginación de nadie, pero con mis lentes de superaumento pude ver que se trataba de un par de leones.
El veterinario Canice nunca había atendido a ningún león, ni siquiera los del circo de los hermanos Rivas que cada año venían al pueblo. Porque consideraba que debían estar en su hábitat.  Y tampoco era lógico pensar que Federico había enloquecido como para poner a la venta ( ni siquiera en maqueta) a un par de leones.
Después de muchos días de exhibición del barrio en miniatura, en el hall del Club Social y Deportivo “El futuro”, decidí intervenir. Y esperé sentada a la creadora de tamaña belleza,  mientras leía un periódico viejo. Tengo la manía de pensar que todo se repite,  hasta la historia de los pueblos y sus grandezas y miserias, y hojeando la página amarillenta pensé que todos somos una necrológica latente y para qué sirve ser tan soberbios, o falsos, o mezquinos, si el hoyo nos espera a todos. Estaba en esos divagues cuando la vi aparecer a Ludmila y me mandé de frente y le dije que la maqueta era hermosa, pero que los perros de la vidriera de la veterinaria no le quedaron muy bonitos porque parecían leones  y ya que estaba, le comenté el parecido con  los de la película Garras. Ella me miró sonriendo y me dijo: “Juana son dos leones” y más que asombrada le respondí que había cometido un error porque en la calle Ombú no habitaron jamás animales de la selva y que la veterinaria era responsable y que siendo yo la mayor del barrio podía corroborar eso. Y claro, me miró divertida y me dijo que la calle Ombú profundiza lo que no se ve de la sociedad, y que conocía muy bien al médico veterinario porque hacía más de veinte años que tenía una relación con él, pero que no convivían porque él era un hombre raro y ermitaño y aunque la amaba no estaba dispuesto a perder su libertad. Y seguí pensando en los leones de la vidriera y me dije “que tendrá que ver tal cosa”, hasta que Ludmila se acercó a mi oreja para decirme: “ Juana, el león es una alegoría de Federico Canice: él es un hombre que vive entre árboles”;  claro lo dijo en referencia a las calles Ombú y Arrayanes que es donde tiene la veterinaria, y siguió diciendome: “ es muy bueno, pero  necesita un trasplante de corazón al mejor estilo Favaloro para espejarse mejor en lo que siente” y claro que con semejante confesión me alcé de la silla para ver los leones de la maqueta, y a uno de ellos  le vi la mirada de Federico, los ojos  color miel, y la cabellera larga y espesa y me dije que la muchacha era muy  inteligente , porque la leona que lo acompañaba era estilizada  y de sagaz mirada color café como ella.
 Por esas cosas de la vida, estaba uo en esos menesteres de barrer la vereda cuando  la vi llegar a Ludmila, con dos bolsos pesados a la veterinaria.

 El caso es que comentaron en el barrio que ella y Federico se habían casado en secreto.  Y yo no pude dejar de sonreír porque desde que el mundo es mundo, los espejos tienden a despertarnos y como quien no quiere la cosa, pero queriendo, saqué los leones de la maqueta y me los llevé a mi casa. Siempre fui una solitaria y uno nunca sabe…

No hay comentarios:

Publicar un comentario