¿Querés un mate?
Estábamos varias mujeres en el punto de la encrucijada, ese instante que demora el otoño por fuera con un poco de magia y rejuvenecedoras cremas y de pronto surgió el deseo que fue unánime: ¿Y si nos tomamos unos mates? Y el termo y el agua a punto y las palabras risueñas y las manos que saben de caminos de ida y vuelta. Me tocó el segundo y esperé turno, complacida por el momento. Y las palabras se volvieron bombilla, y la yerba mate, un mar verde de amigable cielo. Y todo cambió de aspecto: el rayo de sol que entraba por el ventanal se instaló en el alma de los que sabemos del valor de tomar un mate, en rueda. Un mate amargo, dulce o con edulcorante, con sabor a limón, naranja, o solo yerba, pero más allá de esas diferencias nos hermana, nos abarca y nos contiene, sin más razón que por el hecho de compartir, porque así lo manda la costumbre de ser fraternos: en las buenas, en las malas, en las alegrías, en las tristezas, en el día o en la noche, en el trabajo, en los etcétera. Y me sentí agradecida, porque compartir un mate es una muestra de cariño que forma parte de nuestro acervo cultural, una costumbre antigua y genuina, que no perdimos para el encuentro. Y para cuando quise acordar, estaba en otro punto geográfico, con otras manos extendiendo un mate a micrófono abierto. Cosas simples que nos pertenecen...
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