Estaba un hombre de mediana edad, sentado en un
banco de plaza, con las manos sosteniendo su cabeza y la mirada perdida. Tomó
el periódico que llevaba en su bolsa, y con el dedo índice, tocó varias veces
el margen superior. Era su manera de
corroborar el día: 10 de diciembre del 2031. Miró en derredor y sintió que esa plazoleta le
era ajena a su vida: desconoció los
bancos de mármol, los accesorios de grafito y hasta los pisos acerados. La
neblina que cubría el pasto artificial, lo confundió aún más: en Estación
Malattia nunca hay bancos de niebla, menos que menos, un día como ese, donde el sol estaba a pleno.
El hombre, vio pasar a un niño muy cerca suyo, y con el diario
en la mano, se aproximó:
—Disculpáme, no veo muy bien por la niebla¿ Me podés
decir qué día es hoy?
El niño miró su reloj solar y le dijo:
—Es jueves…
—Si, si, pero la fecha…
—10 de diciembre.
—Si si, pero de qué año…
El niño lo miró sorprendido y apuró sus pasos, sin
responderle.
El hombre
volvió a su banco, y buscó en sus bolsillos los anteojos de ver de lejos. Se los
colocó y para su sorpresa, se vio a sí mismo, cotidianamente, caminando por esa
plaza, abrazado a su esposa. La niebla bajó hasta cubrir la mitad de su cuerpo,
sintió frío. Tomó el paquete de pañuelos descartables del bolsillo del saco y restregó
los ojos hasta calentarlos. Luego, volvió a mirar la fecha en el diario y leyó: 10 de diciembre de 2031. Hizo un gesto
de fastidio. Alzó la vista para recorrer el parque: los juegos para niños, las
flores de metal y hasta los faroles eran de diseño moderno, pero él, era un
hombre antiguo…
Fue hasta el bebedero de agua y mojó sus ojos,
tantas veces tantas, hasta vaciarlo. Necesitaba ver bien, pero aún había neblina
en esa plaza y aunque buscó por muchos lados, no pudo hallar a nadie que lo
ayudase a ver mejor, y menos que menos, a su esposa. Es más, no sabía si ella
había ido o no, con él.
Pasó la mañana, y la tarde, y llegó la noche, y el
hombre de mediana edad, seguía firme sentado allí.
En el pueblo comentaron que estuvo más de miles de días, en ese banco, buscando disipar la
nubosidad, hasta que un día alguien lo vio a la orilla del mar, subiendo sus
pocas pertenecías sobre una balsa y nunca más apareció.
Parece que se llamaba Ulises y desde el día que se
fue, el bebedero de la plaza está cargado de agua tibia y salada, semejante a
las lágrimas.
Desde que el mundo es mundo, hay gente que se pierde
cuando le falta el amor…
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