James Ling tenía amplios conocimientos en el arte de
las intuiciones. Desde niño soñó con asistir al Apocalipsis y se preparó desde
su primer paso para ello.
El mayor poder de una máquina era acumular
información. James dormitaba como máquina
y sentía como humano. De Spenser III, su niñero robótico, aprendió a desechar
nimiedades inconsistentes para guardarle espacio a aquello que sí vale la pena. Así fue como día
tras día, durante una centuria o quizá más, guardó frases memorables de libros
electrónicos que emergían en sus sueños.
Sus amigos
solían preguntarle sobre frases célebres que él repetía a la perfección, para
vivarlas o desafiarlas, dependía del humor sideral del grupo. No siempre la
razón es más fuerte, muchas veces el firme carácter de un buen sentimiento, se
impone.
Todas las cualidades del mundo se apropiaron de
James Ling y el hábito de guardar obras pictóricas, canciones, y palabras de
grandes maestros, lo convirtieron en famoso. En caso de presentarse el fin de
los fines conocidos, él nos recordaría cuán humanos hemos sido con solo dejar
asomar una lágrima provocada por lo puro y profundo que guardaba dentro de sus
mega gigas corpóreos.
Pero, nada es eterno. Con el paso del tiempo, su
memoria entró en deceso. Pese a la amabilidad con que trataba a todos los que
lo iban a consultar, se notaba un cierto aire de escepticismo y tristeza en su
mirada “derridiana”.
James Ling supo que debía ser arquitecto de su
propia reversión humana, ya que la mirada de los otros se había convertido en
predominio sobre la memoria de los hechos y primaba sobre su existencia.
Se alejó de libros y obras. Y aquella memoria ancestral
guardada en tiempos de sueños, comenzó a aflorar en la piel de Ling. Cada
amanecer aparecía una nueva señal y para
cuando quiso acordar, de sus brazos nacieron brújulas, y seres cósmicos, y
flores matizadas con lenguas vivas, y esperanzas en relojes que nada marcan, todos
ellos tatuados con tinta del alma, y aunque perdió definitivamente el espacio
de la memoria, supo que un Apocalipsis se timonea en las entrañas de uno mismo,
para renacer sin límites en un Cosmos nunca pisado…
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