Volví de Rusia
desanimada, esto de simular un viaje que no realicé me recuerda al tiempo en
que viajé a otros mundiales sin siquiera mover un dedo. Claro que vino a mi
memoria México e incluso el Mundial en Estados Unidos.
En aquellos tiempos los
goles eran enormes y colectivos y aunque la zurda la ponía Diego Maradona, yo
sentía que estaba allí.
Mi padre decía que no se puede ser arte y parte, yo le discutía
que Maradona era ambas cosas, que mirase bien los goles y que algunos eran pura
poesía.
Obviamente que tanto él
como mis hermanos desestimaban mi postura por esto de no darle la razón a una
niña. La respuesta era “Marianita vos
tenés pajaritos en la cabeza”. Hubiese querido desasnarlos y decirles que cada
gol del 10 era un poema, y que los que hacen poesía siempre tienen pájaros en
sus testas, pero prefería callarme.
De todas maneras, el
Colo y Juan Cruz, mis vecinos de la cuadra, pensaban como yo. Diego llevaba
arte en los músculos de sus piernas capaces
de doblegar a la cancha misma hasta hacerla a imagen y semejanza de la redonda.
Todos lo sabíamos.
El caso es que ya pasaron más de treinta años, y aún nos
reunimos en mi casa para “El día del amigo”. El tema principal fue el Mundial
de Rusia, hablamos de los croatas, los franceses, los rusos y hasta de la
frustración que teníamos por no haber ido más lejos con nuestra selección. Terminada la cena y como quien no quiere la cosa
el Colo y Juan Cruz extendieron sobre la
mesa del comedor un álbum de figuritas y con la excusa de completarlo para los
pibes del barrio, me dijeron “Marianita, falta la más difícil, a ver si te ponés
las pilas y la conseguís”. Siempre tuve una gran energía, no necesito ponerme
pila, pero sabía que conseguir la figurita de “La pulga” era casi como remontar
un barrilete sin cola. Me dijeron que habían leído por internet que en la esquina de Belgrano y 9 de Julio se
reunirían el día jueves algunos pibes, para intercambiar figuritas. Sonreí.
Ellos siguen pensando que soy la cómplice niña que ayuda a conseguir sus
sueños, y yo no tenía ganas de discutir acerca de su visión de las cosas.
Aquella tarde que mi memoria
recuerda, hacía tanto frío que mis manos dentro de los bolsillos de la campera
permanecían tiesas a la espera de un poco de sangre que me recordase la calidez
de la vida. Pero pactos son pactos, yo había prometido ir a esa esquina para el
intercambio y si tenía un poco de suerte volver con la
figurita de Messi, la difícil, la distinta, la escondida, la misteriosa. Yo
llevaba una pila de más de treinta figuritas, entre ellas la de Ronaldo y Mbappé.
A unos diez metros de
distancia vi la ronda de pibes, me acerqué. Me miraron con desconfianza, una
mujer grande en esas cosas de niños despierta al menos un poco de curiosidad.
Saqué mis manos de los bolsillos y les hice ver mi pila de figuritas, para
luego preguntar si alguno tenía la de Messi. Uno de ellos alzó la mano y
mirándome a los ojos me dijo “ Yo la tengo, pero la mía vale mucho, vale como
100 pesos” Me quedé descolocada por un instante, recordé a mi viejo, al
potrero, a mi primer picadito entre nenas y varones y al valor que cada uno le
da a las cosas. Así que le respondí “Lo admirás a Messi no?” El nene me miró
con entusiasmo, y lleno de admiración respondió“ Es el mejor”. Claro, le dije,
y agregué “ Yo conocí al mejor de la historia, al D10S” el pibe agrandó sus
ojos hasta parecer del tamaño de dos botones gigantes. “En serio lo conoció a
Maradona?” “Si, le dije, y jamás hubiese vendido su figurita ni por un millón
de pesos”. El resto de los chicos me miraron con disgusto. “Pero Señora, así no
nos va a querer vender la figurita” respondió el más alto de todos, con
evidente fastidio. “Es que las pasiones no tienen precio, no se pueden comprar
ni vender”.
Obviamente que volví
con las manos vacías y el alma llena. Pasé
por el taller del Colo, le conté lo sucedido. Me miró con desconsuelo. “
Mariana te daba yo los 100 pesos, vos no entendes nada”. Con una triste sonrisa
en los labios atiné a decirle “ El fútbol para mí siempre será poesía”. Pegué
media vuelta para irme y al bajar el escalón, apoyé mal el pie y me torcí el
tobillo, el Colo me asistió enseguida. Lo miré a los ojos “ Te acordás del
tobillo hinchado de Diego en el partido contra Brasil en el Mundial 90?”.
Asintió. A veces sobran las palabras. En
algún punto los grandes del fútbol nos abren las puertas de sus decisiones para componer entre todos un
gran poema popular.
Con el átomo desinflamatorio
que me dio el Colo para mi tobillo, me fui del taller cantando bajito, con mi
álbum completo a cuestas y la figurita difícil apegada a mi memoria…
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