Era
un día sábado y el viento se coló por la memoria y por la ventana. Una brisa
cálida despejó la cabeza de Marisa, quien pestañeó varias veces para dismular
la emoción. Recordó aquella tarde de cine seguida por la noche de baile. Los
pies a cinco centímetros del piso, los brazos rodeando el cuello de Ignacio, la
cintura ceñida por las manos de él y una melodía eterna danzando en el espacio.
El
esfuerzo de la memoria le hizo entreabrir los labios, ávidos por hilvanar
palabras perdidas en el tiempo.
Aparentemente
la memoria es silenciosa, sin embargo, Marisa
hablaba con alguien. Ignacio estaba ahí y ella era la unica que lo veía.
No se preocupó demaisiado por ello, después de todo, desde siempre el amor es
una burbuja donde solo caben dos.
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