Cuando me preguntan sobre la mujer de la mirada perspicaz que vive en el séptimo A, hago esfuerzos para
responder. Apenas la conozco y aunque vive cerca, intercambiamos pocas palabras.
Diría que
ella es un tanto hipnótica, tiene la costumbre de hablar con la mirada. Solemos
coincidir en alguna tienda del barrio o en los lugares donde la curiosidad nos
lleva, y es en esos momentos fugaces cuando nos enredamos en diálogos divertidos
y profundos.
Recuerdo la tarde en que al comprar manzanas en la
verdulería de la esquina, supuso que yo era buena cocinera, y lanzó su pregunta
directa a mis ojos.
— ¿Inés tenés alguna receta para recomendarme con manzanas verdes?
Yo venía de un desengaño amoroso y lo menos que
quería era recordar mis aptitudes de cocinera. Él me había dejado por otra y la
cocina me recordaba las múltiples recetas que inventábamos juntos.
— No Isabel, ya perdí la mano con el tema de la
cocina. — dije tristemente.
—De
algún modo todos perdemos la mano con algunas cosas que hacíamos bien , pero también
adquirimos otras aptitudes que antes no teníamos—me dijo con una sonrisa amplia
en sus labios.
—Es posible , pero no es mi caso.
—Quería contarte que las manzanas
verdes traen buenas nuevas. Son esperanzadoras y cualquier receta que hagas con
esa fruta renovará tu día.
Sinceramente
no soy supersticiosa, nada de lo que Isabel dijese me convencería, pero la
curiosidad es hija de los corazones inquietos y mi corazón lo es. Así fue como
me hice clienta asidua del lugar e invariablemente cada día José preparaba mis
dos manzanas verdes que compraría. Al verme llegar me miraba intensamente y con un gesto afable me daba las dos frutas que había envuelto en papel de diario. Las reservadas para mí.
—Te guardé las mejores Inés, como
siempre.
Así
transcurrieron los días y los meses, hasta que una tarde José me propuso intercambiarnos
recetas de cocina. Por supuesto que las leí con detenimiento, sobre todo las
recetas agridulces que son las que más me gustan, así se lo hice saber.
La vida porta
el dulce aroma de las oportunidades y como quien no quiere la cosa me invitó a cenar. Acepté. Fuimos a un restaurante pequeño pero muy acogedor. Hablamos de la vida, las
recetas y las manzanas verdes. A decir verdad ya no me importaba demasiado cocinar,
prefería escuchar las anécdotas divertidas que él relataba. Estaba lleno de ocurrencias
que me hacían a reír a carcajadas. Confieso que nunca me había reído tanto en mi vida . Luego llegó el primer beso y la desbordante pasión
que se apoderó de nosotros.
Ya era
habitual que por las tardes compartiésemos unos mates juntos y organizásemos
nuestra salida de fin de semana. Estábamos en ello cuando llegó Inés de
compras.
—Buenas tardes, hola Isabel que alegría
encontrarte aquí. Es por la receta de las manzanas verdes—me dijo risueña.
—Uy Inés, ya no sé ni dónde las guardo,
tengo la cabeza en cualquier lado—le dije, mirándolo con complicidad a José.
—No te preocupes Isabel, las recetas
las puedo encontrar buscando en internet. Lo que no sé si encontraré allí son
los ingredientes justos.
—Claro que los encontrarás, siempre son manzanas verdes lo principal.
La mujer me
miró y lanzó su risotada contagiosa.
—Isabel, manzanas verdes hay en
cualquier lugar. Lo difícil es que ellas se apoderen de vos. ¿Te miraste en el
espejo? Tus ojos parecen dos inmensas manzanas esperanzadoras, color verde…
Dijo eso y se
retiró haciéndole un guiño a José. Me hubiese puesto celosa, pero José con
premura adelantó una respuesta.
—Mi hermana es así, siempre ve más allá
de la mirada…
No hay comentarios:
Publicar un comentario