Marisa
camina con asiduidad por el barrio latino. Suele llamar la atención de otros
transeúntes. Algunos le han preguntado qué cosa ha perdido por esa particular
manera de caminar cabizbaja y en redondo, repitiendo una y otra vez el mismo
trayecto.. Ella alza la vista y un tinte de rubor enrojece sus mejillas. Jamás
podrá decirles a sus vecinos que lo que ella busca no está en la acera, ni
siquiera más abajo.
Julio
su compañero la sigue sin desvelo. Él
cree que algún día Marisa descubrirá que
la memoria es de carne y estrellas. Mientras tanto, vaga con ella por el
cementerio de ideas. Mata algunos pensamientos con sonrisas poco convincentes.
Julio
está ahí, noche y día a orillas de la
desmemoria, a la espera.
Una
tarde de octubre, que ambos recuerdan, ella miró de soslayo a su perseverante
acompañante. A contraluz de cualquier idea parásita, creyó ver la sombra de su
propia silueta. Hizo gestos y mohines
que se proyectaban en las paredes a medida que avanzaba contenta. Solo se detuvo cuando la sombra proyectó un sombrero.
Derramó la lágrima demorada: su compañero lo usaba en las tardes de sol
hirviente. Extendió los brazos y se fundió en la imagen de la pared. Aún hoy
buscan a Marisa, la del andar cabizbajo y la silueta de polvo y estrellas.
Cosas que suceden en la desmemoria de los pueblos…
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