Juan
no tenía árbol de navidad, tampoco casa y menos que menos una familia típica;
las fiestas como la vida eran incertidumbre diaria. Ese día salió de recorrida
por el barrio, hurgueteando dentro de un contenedor de basura apareció ante su
vista un barrilete colorido y en buenas condiciones. Lo miró con cierta
desconfianza: alguien lo había tirado y lo supuso roto. Para su sorpresa, en
apariencia, se notaba entero.
Correteando
se dirigió hacia la orilla del mar. Necesitaba remontarlo. Alzó la vista y apuntó
hacia el sol. Se sintió observado: un par de niños comenzaron a reír a
carcajadas. El barrilete caía a tierra una y otra vez, al tiempo que Juan
perseveraba en ajustarle los tiros. Una, dos, tres, veinte veces.
Los niños, curiosos por naturaleza, se aproximaron a Juan. Necesitaban ver de cerca qué hacía. Él, sonrió a boca llena y dijo en voz alta:
- Sé que no llegaré al Sol, pero para darle a algún rayo de luz es necesario soñar lejos.
Los niños, curiosos por naturaleza, se aproximaron a Juan. Necesitaban ver de cerca qué hacía. Él, sonrió a boca llena y dijo en voz alta:
- Sé que no llegaré al Sol, pero para darle a algún rayo de luz es necesario soñar lejos.
Lo
lanzó con todas sus fuerzas a favor del viento y con lentitud el barrilete comenzó
a ascender. Cuando estuvo a mediana
altura lo soltó y se sentó a verlo en ascenso, después de todo el sol parecía
estar cerca ese día…
No hay comentarios:
Publicar un comentario