Doce monedas de un material exótico cayeron
sobre la mesa. Cuando detuvieron su movimiento los rostros en relieve de un ser
mucho más inquietante fueron evidentes. El reptiliano me observó e
inmediatamente supe sus intenciones: agonizaba y esas piezas ancestrales eran
su única manera de sobrevivir a sus perseguidores. Sin mover un músculo del
rostro dio media vuelta y desapareció. Las monedas empezaron a brillar y se
fundieron en una pieza única, blindada, categórica, herméticamente dispuesta a
la espera de la barca que las rescatase (como a mí) de este putrefacto lugar
llamado Hades. A gran distancia, en otra orilla del infierno, se deslizaban
similares monedas hasta colarse en el firmamento. Desde la altura, ellas nos
fisgoneaban amarillentas. No todas las estrellas son sanctas ni todas cumplen
con el pacto de vivir eternas. El reptiliano, visiblemente iluminado, ardía
como un astro nuevo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario