Cristopher Pachs era conocido en el pueblo por ser un acérrimo amante
de los buenos vinos y manjares. Solía rociar la noche, a la luz de las estrellas,
descorchando un Berry Night cosecha 55.
Los alimentos elegidos variaban entre frutos de la mar cocidos y carnes crudas.
Llevaba en sus entrañas la idea de beberse de un sorbo la vida, no obstante
ello, se sentía infeliz.
Aquél recordado día sintió por vez primera el
caos de la indecisión: debía elegir una buena bebida y una excelente comida
para una invitada, el problema radicaba en que ella era abstemia y de gustos simples. No pudo dormir ,
el insomnio se apoderó de él al no hallar la combinación adecuada para la cena prevista. A la mañana
siguiente salió camino al bosque, supuso que hallaría frutos frescos, sin
embargo nada encontró. Desahuciado quiso llegar a una fuente de agua pura para
recoger un poco en una antigua ánfora, pero para ello debía cruzar un puente a
gran altura. Cristopher sufría de vértigo. Cerró los ojos y cruzó el puente. Fue
en vano: el manantial estaba seco. Retornar sin nada en las manos lo convertía
en un pésimo anfitrión. Volvió a cerrar los ojos, pero esta vez del otro lado
del puente lo esperaba la invitada con un atardecer entre las manos para beber
el paisaje que el cosmos les ofrecía. El hombre tanteó entre sus ropas buscando
en los bolsillos la petaca de licor predilecta, necesitaba un poco de coraje para
enfrentar el destino. No encontró el frasco. Con la boca seca y las mejillas
húmedas sacó fuerzas de su profundidad y a tientas comenzó a cruzar el abismo…
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