El silencio clama silencio, como si esa voz tácita hiciese
del corazón su alimento. El silencio es pan de las almas abismadas y bonanza en
el cansancio. Es el espejo en aguas profundas y la conmoción frente a las
distancias. Al arribar el atardecer, la ciudad lentamente se apaga, o tal vez
es el latido de la luna ahuecándose en nuestras miradas. Como aquello que
embelesa, el silencio bienhechor, es una inmensidad que cabe en el pestañeo de
un instante encantado.
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