No creo en los imponderables, la vida es casi matemática.
Uno más uno es dos, y una frustración más otra da como resultado frustraciones.
Nadie mueve un pie si su alma es quieta. El sol sale a diario y el anochecer es
seguro. Vinimos para irnos y trabajamos siendo jóvenes para no ir a ningún lado
durante la vejez. Dicen que soy un agnóstico, del tipo irritante. Irritan mis
nefastos pensamientos. Todo muta, me dijo el doctor. En realidad hoy es un día
diferente, debo confesarlo: acabo de nacer, deambulo en busca de un lugar más
acogedor que esta prisión pensante. Así me recomendó mi terapeuta; magia o no,
el caso es que tomo mis recaudos: no iré por los mismos caminos de antaño. Me miro en el espejo, me desconozco. ¡Este
tipo sonriente que me habita parece sostener una montaña entre sus dientes! Me
aproximo a la ventana, saco la cabeza por allí y fotografío al mundo. Desciendo
las escalinatas, ya en la acera fotografío la ventana del lugar en donde viví recluido.
Es una zoncera esa ventana y aún más zonzo parece ser el mundo. Magia o no, fue
un cambio de perspectiva. El tren no ha partido, es hora de eslabonar
imponderables mientras saludo a mis vecinos, después de todo, ellos son
prisioneros de otros enigmas…
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