Una mujer de sesenta años no es ni un vino espumante ni una
anciana, pero tampoco es una rosa crédula ni un gladiolo de cementerio. No
estamos en la mitad de la vida: ya lo sabemos!!! Tenemos más pasado que futuro
y menos paciencia que a los cincuenta para soportar zonceras; sabemos de qué se
trata la mentira, el sueño colectivo y el colectivo vacío. Conocemos de
debates, de claroscuros, de lágrimas, de pensamientos y convicciones asidos al
alma misma. Amamos escuchar música porque ella fue nuestra primera rebeldía: en
la letra la idea, en la melodía una guitarra que rasguea fuertes signos. Algunas,
somos las enamoradas del Che, las primeras novias de Freud y las que dudan y
hacen dudar porque argumentar es parte del camino. No nos gustan las palabras
remanidas, siempre le buscamos la quinta pata al gato porque en esa búsqueda
implacable alguna vez hemos hallado algo distinto. Nuestras llaves habitan en
el cerebro; somos las del jugo de durazno y el humo en la cara como desafío.
Las sexagenarias de hoy, aquellas quinceañeras de la década del setenta pusimos
en el tapete la libido tan sólo con unos centímetros menos de pollera y
kilómetros de libros leídos: las bibliotecas han sido, son y serán siempre un
buen destino. Nos gusta la palabra No,
porque en ese No hemos conquistado los Síes que hoy son moneda corriente. ¿Qué
le diría a mi vecina que este año será sexagenaria como yo? Le diría que no le
creo, que sesenta no alcanza para medir su capacidad de lucha, le diría que
seguramente aún nos quedan muchas otras libertades por conquistar, que siempre
es tiempo, nuestro tiempo sin tiempo para soñar mundos mejores y equitativos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario