Esta noche he decidido contarme un relato a mí mismo. De
modo que me apoltrono en mi sillón favorito y hago uso de mi creatividad más
desbocada. Apago las luces, enciendo una vela y comienzo la narración. Empero,
la historia comienza a darme miedo, no pensé que iba a relatarme un cuento tan
horrendo, plagado de sangre, vísceras y maldad. El terror me invade y no quiero
seguir… pero continúo. Escucho un ruido en mi habitación, vienen a buscarme.
Ellos están armados con espectros dantescos. Mi mente desecha las imágenes
conocidas. Es en vano. Cierro los ojos. Una mano lúgubre se posa sobre mí. Me
pregunta sobre el paradero de la lira que, según dice aquel, usé durante el
Gran incendio de Roma. Luego, sin piedad, clava una tijera en mi estómago y,
mientras me desangro, la reconozco. Es mi madre murmurando: —¿Porqué lo has
hecho, Nerón, hijo mío?
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