Jan se asomó al precipicio por la baranda del mirador. Hacía mucho que no probaba y sin duda volvieron los olores de aquella tarde en el muelle. A pesar de la fragancia de esos árboles, en su memoria tenía grabado el olor a mar de aquel día, la cara de su amigo. Y desde el precipicio parecía dibujarse la misma cara, el mismo miedo. Las olas se lo llevaron, pero aparece en todas las ventanas a las que se asoma Jan. Ahora en el bosque está lloviendo y Jan peregrina de casa en casa. Algunos lo tratan con desdén, otros con compasión hipócrita y los menos se han sensibilizado. Encienden velas, oran a toda hora desde hace más de una década. Lo extraordinario es que ha llovido por doce meses sin parar. Los escépticos no quieren saber nada acerca de Jan, los crédulos dicen que finalmente él pudo llorar.
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