La
ciudad de Jaijurimen es un privilegiado lugar en el mundo para asentar una
familia. El artículo periodístico publicado por un conocido periódico matutino,
escrito por un archiconocido periodista, aseveraba tal cosa. En verdad, era un
buen destino, parece ser que en ese mentado lugar marítimo el agua hierve a ciento veinte grados
(dicen) o sea que allí tendré menos posibilidades de quemar la comida (cabe
destacar que me he doctorado en el arte de la quemazón);el tiempo, las pasiones
y yo no nos llevamos muy armónicamente bien que digamos. Decidimos con la
familia ir un par de días a Jaijurimen para conocer las bondades de ese lugar
paradisíaco. Viajamos con cierto recelo, no todo lo que dicen los diarios
existe , mejor dicho casi nada de lo que ellos dicen es; pero mi familia de
origen italiano ama la pasta y no precisamente el engrudo de spaghetti al que
suelo someterlos, razón por la cual le dieron cierto grado de credibilidad a la
nota leída con el afán de comerse unos spaghetti al dente.
El departamento que alquilamos para el fin de
semana era pequeño, la pava lustrosa sobre la cocina invitaba a calentar agua
para tomarse unos ricos mates. El tiempo es esa nebulosa que se instala en
algún lugar del cerebro; las caras largas dada la espera para que se calentase
el agua me dieron a entender que era mejor unos mates tibios que una inflamada espera.
Luego, llegado el mediodía, quise cocinar los spaghetti; me salieron a punto
paquete, o sea, casi crudos; hecho este que tornó la ilusionada jornada en evidente
malhumor colectivo. Al regresar a mi casa de siempre, pensé que todos tenemos
un lugar en el mundo que cuaja o no cuaja con el alma, que algunos cocinan sus
deseos en las cocinas de otros, que las recetas para vivir son caldo de cultivo
de este siglo y que definitivamente los spaghetti pasados de cocción son un
sello que me identifica.
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