Sentí unos deseos incontenibles
de acabar con su vida, respiré profundamente y me acomodé en el sillón de cuero
para estirar las piernas, relajar los músculos y reflexionar. Es necesario
repensar las cosas, me dije malhumorado. Los celos son una amarga pócima que
también habla del amor. Insano amor, ergo, amor infame. Ben era un ganador, un
vencedor en todo aspecto, pero lo que más me molestaba es que había enamorado a
mi amada. Ella no dejaba de hablar de él, aún a sabiendas de mi fastidio. Yo la
escuchaba con mansedumbre aparente, pero por dentro me bullía la sangre. Ben aparecía
retratado en periódicos y revistas de distintos países, su ascendente fama era
notoria. Yo apenas me manejaba correctamente en ese mundo de histeria
colectiva. Él era un típico “Don Juan” de este tiempo, seductor, bien parecido,
ágil con la palabra y sobre todo con una
interesante personalidad. No estoy a su altura, y debo tomar una decisión. La
noche del jueves en que salí a cenar con mi amada decidí el asesinato. El único
tema de conversación entre nosotros había sido los avatares de Ben, las
conquistas y sus canciones favoritas. Mil veces él. En el momento del brindis,
alcé mi copa, la miré a los ojos y le dije:
-
Me molesta que hables tanto de Ben, es
un buen amigo, incluso debo reconocer que nos ha cambiado nuestro futuro
económico; es un buen socio pero, me
desharé de él.
Ella se colgó de mi cuello y estampó sonoros besos sobre mis mejillas,
luego replicó:
-
Te amo, sufriré su pérdida…
Al llegar a nuestra casa encendí la estufa hogar; los leños crepitaban
salvajes y las páginas de la tercera parte de la saga que tenía a Ben de
protagonista se iban enrojeciendo a medida que las echaba al fuego para luego convertirse
en cenizas. Los celos no son buenos, pero él había invadido mi vida privada.
Soy además de escritor un hombre celoso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario