jueves, 3 de octubre de 2013
Derecho - Ana Caliyuri & Silvia Milos
Había postergado por meses la visita al campo. Ir hacia allí me traería recuerdos de mi mejor amiga fallecida, sin embargo era necesario pasar por ese momento singular de ausencia. Partí hacia el desolado lugar un día domingo. Al llegar, tragué saliva y me bajé del auto para abrir la tranquera. Los perros al verme se lanzaron en veloz carrera hacia donde yo estaba; a la vera del alhambrado un hombre ataviado con ropas gauchescas alzó su carabina en dirección a los animales. En un segundo me paralice, temblé de arriba abajo, que idea más estúpida entrar sin avisar. Luego, el hombre bajó el arma y la dejó caer a sus pies. El también estaba inmóvil y balbuceaba algo. Ese balbuceo se hizo un nombre -¡ Laura! ¿Laura?... Laura me llamó como a mi amiga. Entonces, entendí que nunca me había ido.
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