jueves, 19 de septiembre de 2013
El pacto — Cristian Cano y Ana Caliyuri
Doce monedas de un material exótico cayeron sobre la mesa. Cuando detuvieron su movimiento los rostros en relieve de un ser mucho más inquietante fueron evidentes. El reptiliano me observó e inmediatamente supe sus intenciones: agonizaba y esas piezas ancestrales eran su única manera de sobrevivir a sus perseguidores. Sin mover un músculo del rostro dio media vuelta y desapareció. Las monedas empezaron a brillar y se fundieron en una pieza única, blindada, categórica, herméticamente dispuesta a la espera de la barca que las rescatase (como a mí) de este putrefacto lugar llamado Hades. A gran distancia, en otra orilla del infierno, se deslizaban similares monedas hasta colarse en el firmamento. Desde la altura, ellas nos fisgoneaban amarillentas. No todas las estrellas son sanctas ni todas cumplen con el pacto de vivir eternas. El reptiliano, visiblemente iluminado, ardía como un astro nuevo.
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