El
frío me quemaba las orejas, de mi boca escapaba la respiración en forma de
nube; era tiempo de frotar las manos y, a pesar del intento, todo mi cuerpo
temblaba. El único bar abierto en la madrugada es el Bar Amelie, me dijo el
jefe de la estación al verme aterida. Fui con ánimo de tomarme un chocolate
caliente. La puerta vaivén se abrió justo cuando la iba a empujar. Un hombre
con sombrero de cuero y mirada adusta se cruzó ante mí sin titubear: ojos
marrones y un tapado de cuello alto fueron todo lo necesario para fabricarme una
imagen anacrónica. Amelie suele presentarme momentos así. Cuando me siento
cerca de la vidriera veo una maleta en el suelo, debajo de la mesa. No lo pensé
y busqué la mirada del barman: éste me sesgó con una mirada indiferente. La
situación no me gustaba. Nunca le había visto esa cara. Traté de pensar en otra
cosa y dejar de lado otros asuntos. En principio costó pero pude leer algo. El
viaje había sido extenuante.
(Continuará)
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