Me gustan las palabras puras, las que sostienen
humanamente un argumento, las que cargadas de significado me colman. Las que
hechizan a la medida del interlocutor, las que son capaces de montarse sobre la
imaginación. Me gustan las de doble o triple acepción, las homónimas, las
homófonas, las de tinte sinónimo o antagónico. Me es fácil creerles; yo les creo en su
postura aguda o grave y hasta puedo jugar con
el lugar que ocupan. Solamente el ser humano es capaz de usarlas a la
medida de sus límites: así es como desde tiempos inmemoriales es más fácil
creerle a las palabras que a las personas.
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