lunes, 30 de diciembre de 2013

El marginado


Me senté, como es habitual, sobre una piedra musgosa. Me gusta chapotear a orillas del mar, jugueteo un buen rato con la espuma que viene y va a ritmo y luego me dedico a leer un poco. Esa mañana fue diferente. Un muchachón interrumpió mis hábitos. Cruzó la escollera descalzo y con un justo salto se sentó a mi lado. Llevaba atado a su tobillo izquierdo una delgada soga que lo mantenía unido a su tabla de surf;juntó ambos pies, se sentó sobre la arena ,flexionó las rodillas y las rodeó con sus dos delgados brazos. Los anteojos oscuros que portaba me impedían ver su mirada. Los cabellos cortados en punta me recordaron a un puercoespín. El pantalón corto ,desflecado, dejaba ver una profunda cicatriz en su pierna derecha. La innumerable cantidad de tatuajes que cubrían su cuerpo llamaron mi atención. Se alzó por un instante para acomodar sobre una piedra su mochila, en ese instante descubrí en el cuerpo del muchacho una segunda cicatriz: a la altura del riñón derecho. Pensé en la posibilidad de ser un trasplantado de riñón, o tal vez habría sido herido en circunstancias difíciles. Reparé en el entorno, todos parecían ponerle doble candado a sus bolsos. Portación de aspecto poco decente era el prejuicio que circulaba en la playa. Alcancé a oír la palabra “marginal”, es un “marginal” comentaban algunas mujeres visiblemente preocupadas. Observé con detalle los tatuajes de su cuerpo: todos ellos escritos en inglés. Él, parecía esperar todo y nada; la vista en el horizonte era algo que nos acercaba. A mí también me gusta sentarme a la orilla del mar con la mirada perdida en el infinito. En realidad, yo también me sentí un marginal: no sé inglés y tampoco es buena mi vista. Todo parecía indicar que las personas que circunstancialmente lo rodeaban lo acusaban de  delincuente. El muchacho acusó recibo de las miradas pesadas del entorno, tomó su tabla de surf, la mochila y se paró. Hizo un gesto de incipiente saludo o de interrumpido saludo dirigiéndose a mí para luego marcharse. Con sumo esfuerzo alcancé a divisar el tatuaje escrito en su espalda: my life is my art my art is my life. Memoricé la frase para traducirla después, aunque estaba segura de saber lo que allí decía. Por enésima vez supe que la apariencia es un traje pesado de llevar en un mundo pacato que es incapaz de mirar el horizonte que hay dentro de cada ser humano.


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