Me senté, como es habitual, sobre una piedra
musgosa. Me gusta chapotear a orillas del mar, jugueteo un buen rato con la
espuma que viene y va a ritmo y luego me dedico a leer un poco. Esa mañana fue
diferente. Un muchachón interrumpió mis hábitos. Cruzó la escollera descalzo y
con un justo salto se sentó a mi lado. Llevaba atado a su tobillo izquierdo una
delgada soga que lo mantenía unido a su tabla de surf;juntó ambos pies, se
sentó sobre la arena ,flexionó las rodillas y las rodeó con sus dos delgados
brazos. Los anteojos oscuros que portaba me impedían ver su mirada. Los
cabellos cortados en punta me recordaron a un puercoespín. El pantalón corto ,desflecado,
dejaba ver una profunda cicatriz en su pierna derecha. La innumerable cantidad
de tatuajes que cubrían su cuerpo llamaron mi atención. Se alzó por un instante
para acomodar sobre una piedra su mochila, en ese instante descubrí en el
cuerpo del muchacho una segunda cicatriz: a la altura del riñón derecho. Pensé
en la posibilidad de ser un trasplantado de riñón, o tal vez habría sido herido
en circunstancias difíciles. Reparé en el entorno, todos parecían ponerle doble
candado a sus bolsos. Portación de aspecto poco decente era el prejuicio que
circulaba en la playa. Alcancé a oír la palabra “marginal”, es un “marginal”
comentaban algunas mujeres visiblemente preocupadas. Observé con detalle los
tatuajes de su cuerpo: todos ellos escritos en inglés. Él, parecía esperar todo
y nada; la vista en el horizonte era algo que nos acercaba. A mí también me
gusta sentarme a la orilla del mar con la mirada perdida en el infinito. En
realidad, yo también me sentí un marginal: no sé inglés y tampoco es buena mi
vista. Todo parecía indicar que las personas que circunstancialmente lo
rodeaban lo acusaban de delincuente. El
muchacho acusó recibo de las miradas pesadas del entorno, tomó su tabla de
surf, la mochila y se paró. Hizo un gesto de incipiente saludo o de
interrumpido saludo dirigiéndose a mí para luego marcharse. Con sumo esfuerzo
alcancé a divisar el tatuaje escrito en su espalda: my life is my art my art is my life. Memoricé la
frase para traducirla después, aunque estaba segura de saber lo que allí decía.
Por enésima vez supe que la apariencia es un traje pesado de llevar en un mundo
pacato que es incapaz de mirar el horizonte que hay dentro de cada ser humano.
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