Camino
por el borde de la cornisa del imponente edificio. Estoy dispuesta a asesinarlo,
claro que no será cosa fácil matarlo y luego huir.
El Dr.
Hollystone ha sido de gran ayuda, hasta hoy en que deberé aprender a no
escucharlo. No es cosa fácil, él es un hombre convincente, pero estoy dispuesta
a hacer caso omiso a sus recomendaciones.
Le
tengo vértigo a las alturas y no obstante
ello, aquí estoy: agazapada como lince al acecho.
Los transeúntes, al verme en la punta del
rascacielos, alzaron sus testas. Seguramente parezco un diminuto punto en el cielo mismo, aunque
como ellos, también yo transcurro
inadvertida por este lar llamado Tierra.
No alcanzo a distinguir sus delimitados
cuerpos ocupando gran parte de la acera. Yo trato de extender mis confines. Los
límites los he dejado a un costado de mi cuerpo. Alcanzo a divisar a través de
los cristales de un inmenso ventanal al
Dr. Hollystone; porta en sus manos un
reloj antiguo que pende de una cadena.
Lo mueve de un lado a otro, me quiere hipnotizar. Grita varias veces:
-
Artemisa,
Artemisa, baja de ahí.
Me
causa pena el Dr. Hollystone, tan empeñado en cuestiones del ego y el alter
ego; aún no comprendió que soy un avatar. Ya hace mucho tiempo que la engullí a
Artemisa, ahora voy por Apolo.
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