Él pertenecía a una casta reconocida ,para el
barrio un “sangre azul”, un “paladar negro”; un privilegiado. Así lo demostraba
su aspecto cuidado y hasta los rebuscados modales que utilizaba parecían
indicar su clase y la educación recibida El caso es que nada es exacto y por
más que su familia tuviese antecedentes “linajescos” él se enloquecía cada vez
que veía pasar a su vecina. Bah…creyó que era su vecina, pero en verdad , era
una desmadrada sin casa ni nadie que la sustentase. Ella se lo hacía notar.
Cada vez que podía hacía gala frente a su mirada del libre albedrío que la
sustentaba. Él, visiblemente turbado, prefería acostarse a dormir. Dos meses
fue demasiado tiempo para esperar. Una hermosa noche de luna llena, la casa se
colmó de invitados; era el cumpleaños de Sara. Pero a él, nada le importó esa
noche. Salió a la calle, con cierto nerviosismo caminó a lo largo de la cuadra,
una y otra vez, cientos de veces, incontables veces. Luego, ya exhausto la
esperó pacientemente. Ella lo vislumbró desde la esquina. Con una loca carrera
y en cuestión de segundos, estuvo junto a él. Juguetearon , se olfatearon, se
aparearon. Después de todo ¿ a quién le podía importar que él fuese un Samoyedo
y ella tan sólo la loquezna perra callejera?
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