En el zigzag de
una llama se alza la albura del alma. Entre nosotros el hilo que trenza los
vientos hasta arrobarnos, entre nosotros la luna escoge su insomnio en el
tiempo del naufragio para hacernos inmortales por un instante. Las miradas
atemperadas de los anhelos entrelazan sus acentos, nos dirimen, nos aguardan,
nos encantan, nos advierten, nos apresan, nos anudan, nos relajan. Es la
mañana, o el embriago de la primera hora de la tarde o tal vez un atardecer
trashumante, imposible definir cómo es el sol cuando nos abrasa para dilatar
los ojos de nuestra sed arcaica.
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