Primero
fue una lluvia fría, luego poco a poco desde el cielo se fueron despegando
pequeñas piedrecillas de hielo; pensé en el hombre callejero que no conozco
pero que murió anoche envuelto entre cartones. Todos construimos el destino,
solía decir mi abuela, sin embargo me pregunto quién desearía construir un
destino en la calle con lo lindo que es estar al lado del calor de algún leño,
en una cama limpia, con un par de ojos que ofrecen un plato de sopa o guiso o
pollo o algo humeante. Ya es demasiado tarde, la temperatura ambiente no deja
ni rastros de un perro solo o un pájaro aleteando en la nada. Junto mis
bártulos, hoy será una cruda noche; aliso mis cabellos frente a la vidriera, me
miro sin compasión ninguna. Sólo me resta esperar el momento indicado para
colarme dentro del habitáculo donde se encuentra el cajero automático del
Banco. Espero que esta noche la puerta juegue a mi favor; anoche le gané de
mano a él y me metí primero aquí adentro; extendí mi vieja bolsa de dormir y me
quedé dormido en menos de lo que canta un gallo. Él no tuvo suerte anoche. Lo
vi bien retratado en las fotografías de un matutino con un gran titular que
rezaba: las bajas temperaturas cobran vidas en las calles. Siempre fui un
anónimo y le vuelvo a decir al destino que me deje en paz, no me gusta nada que
me fotografíen sin pedirme permiso…
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