martes, 9 de junio de 2020

Entre huellas




El mundo DC (durante la cuarentena) no es sencillo. Aparecen “tics” nuevos. Los protagonistas son las manos y el barbijo, el barbijo y las orejas, los anteojos y el barbijo. Y es entonces que nos vemos desfigurados y sospechosos, ahogados en la propia respiración, acalorados y con deseos de decir más de lo que se puede a través de ese filtro de trapo. Escuchar más sería el desafío, pero todos hablan menos, así que no está nada mal escuchar a los pájaros, un poco de música o el latir del corazón.
Párrafo aparte merece la niebla propia que nunca supuse llevaría prendida en los multifocales hasta hacerme tantear el mundo, el pequeño mundo que cabe en mis pasos. Cuando escucho hablar de un nuevo orden mundial, me limito a sonreír. Es siempre el mismo orden de cosas, el orden entre comillas que imponen las grandes urbes a los pueblos y ciudades más pequeñas, los imperios a los menos desarrollados, los poderosos a los son nada; es un orden rayano con la soberbia de creer que en ciertos lugares anida el ombligo del progreso, y si de elevar el alma hablamos, el nuevo orden no es otra cosa que el mismo desorden de siempre, pero con distintos rostros, elementos y dificultades.
Tengo la sensación de que la ciudad en donde vivo, creció, o es que todos salimos a la misma hora a hacer las mismas cosas con los mismos recaudos y similares palabras a la hora de comunicarnos y parecemos muchos más de los que éramos AC (antes de la cuarentena).  H
oy DC (durante la cuarentena) fui al correo, tenía que despachar unos libros. Después de congelarme un rato, a dos metros de distancia de una señora que también esperaba para entrar, un agente no sé bien de qué, muy amable, con un spray sanitizante (palabra inventada, con amplia recepción) o sea, un spray con agua y alcohol, me roció las manos antes de entrar a las oficinas del correo. Me hubiera sentido como una cucaracha, pero soy solo un ser humano.
Ya adentro, esperé que varias cosas: que la señora que atiende fuese al baño, que el señor que atiende fuese a no sé dónde, y que ese no sé dónde estuviese un poco más cerca, porque tardó bastante.
 Al momento de hacer el trámite, la señora que me atendía me dijo con amabilidad que el paquete que iba a despachar debía llevar doble cinta cruzada, le pedí que por esta vez me excusase, ya que volver mañana me sería muy engorroso. Con esmero cruzó varias cintas scotch en el sobre, y se puso a hacer la papelería. Cumplí con las formas de un formulario donde expresaba con nombre, apellido y número de documento que iban tres libros con destino a Banfield. Lo mejor de todo viene ahora. Con suficiencia, la empleada postal me dijo que apoyase mi dedo índice sobre un aparatito que tenía una luz verde poderosa, leería mis huellas digitales.
Hay dilemas que no solo son existenciales por ser profundos, hay dilemas estúpidos que generan dudas acerca de la existencia; esto último fue mi caso.
La empleada me miró, dudosa, y tras los anteojos, me dijo:
        —Señora, ponga el otro dedo.
Luego, me volvió a mirar, y con cara de pocos amigos, volvió a decirme:
—Señora, ponga sobre la luz verde el dedo anular, o el gordo o el dedo chico, porque no me toma la huella.
Después de varios intentos fallidos, me miró con mucha extrañeza, y dirigiéndose al compañero de trabajo que estaba a su lado, masculló algo que no alcancé a descifrar.
La miré con risa, un pequeño aparato de luz verde, la estaba poseyendo. Aproveché para hablar tras mi barbijo y mi niebla:
        —Soy humana, no lo dude, huellas tengo, no creo estar muerta y encima si ese fuera el caso, no creo que que alguien se haya tomado el trabajo de limar las huellas de mis dedos para incomodarle el día.
        —Es que no me toma la huella —dijo enojada, mirando mis dedos.
Con más risa en mis ojos, y más niebla en los anteojos, le respondí:
—¿No se le ocurre pensar que quizá el aparatito verde no funciona?  O tal vez el aparatito es un ET con poder, y me está poniendo en aprietos.
La empleada me sonrió, de compromiso.
— Usted ponga el dedo, más derecho… mmm más arriba, no, no, un poco más al centro, apriete…no, no, no tanto, un poco menos —y con un repentino ataque de euforia, gritó—¡Ahora, si! ¡ahora, sí! Ya la tomó. No me pasó nunca…
—¿Pensó que no existía? —dije con cierto aire de pena.
—Y si no me marca…
Miré de soslayo el apartito negro con luz verde flúo, debo confesar que sentí deseos de hablar con él, después de todo se hacía sentir su presencia.
—Hay que dejar huella —repitió la empleada.
Y como esas cosas locas que este tiempo de DC ( durante cuarentena) nos propone, dejé al pasar, así, como de olvido, uno de mis libros en el mostrador. Si hay que dejar huella, la dejaré, pensé, y que se arregle “Cuentos dulces para un atajo” con el aparatito de las huellas digitales, entre ellos, seguro se entienden, de existencia a existencia, de objeto a objeto, entre huellas.

       

miércoles, 28 de agosto de 2019

Días de polvo

En días
de polvo
y cielo abierto
el horizonte
se nubla
entre sierras.
Todo muta,
incluso el fuego
hace de su llama
las cenizas
después de la muerte.
Nosotros los efímeros
de mirada corta
y alma eterna
somos crédulos.
Aún no sé
si trae lluvia
o despojos
el cordón
del cielo.
Mientras tanto,
juego entre letras
a ser agua
entre la maleza.

miércoles, 26 de junio de 2019

Viajeros existenciales



Una cascada
de señales,
repertorio
de otros tiempos,
rumorea
que somos viajeros
del polvo
los espejos.
Un trayecto
de palabras
enmudece
tras las estrellas
como luces
que desbocan
los alientos
del misterio.

miércoles, 12 de diciembre de 2018

La voz sin quiebres





Iba la flor
por la senda
de sus sueños
con los pétalos
de miel
a punto
de florecer
y fue la bestia
con su instinto
de hierro
quien destruyó
la inocencia.
La poesía
a veces
es un verso inútil
en el desierto
y otras tantas
es una lágrima
compartida
en la voz
de miles
que despiertan…

sábado, 24 de noviembre de 2018

Un clásico con buñuelos y algo más



Hay muchas cosas que son clásicas, desde la vestimenta hasta los postres o la música, pero cuando se habla del “clásico” del fútbol, uno sabe que se trata de Boca vs River.
Claro que desde pequeña mi padre me enseñó a ser hincha del azulgrana, no obstante ello, recuerdo haber asistido a un clásico antiguo.
Aquella tarde que viene a mi memoria iríamos de visita a la casa de mi abuela paterna, a lo de Doña Rosa, así era como la nombraban en el barrio. Mis hermanos ya me habían dicho que ellos estarían cerca de la capilla, y aunque me miraban con un dejo peleador, yo ni me inmuté. Nunca fue uno de mis paseos favoritos ir a la iglesia, aunque allí solían pasar películas de Chaplin para los chicos, los días domingo. Yo prefería el fútbol.  Así que como quien no quiere la cosa, les respondí “ Yo no voy a estar ni cerca de la capilla”.
Preparé mis muñecas, y también mis agujas de tejer, con la última bufanda multicolor que estaba haciendo. Quería mostrarle a mi abuela italiana los progresos que había hecho desde la última vez que nos vimos. Aunque era diciembre y hacía mucho calor como para vestir a mis muñecas con bufandas de lana, ella jamás detuvo mis ansias de aprender a tejer. Los aprendizajes no tienen fecha de vencimiento. También puse en mi carterita calada color rosa, un par de banderines que había pedido prestado al “colo” Giménez.
Mi abuela "tana" era de Boca, yo lo sabía muy bien, ella era una romana con todas las letras y siempre decía que ese Club había sido creado por hijos de italianos allá por 1905, y aunque nadie la escuchaba por el solo hecho de ser mujer,  yo si la oía.
El caso es que el colorado Giménez sabiendo de mi amor por mi abuela, le robó un par de banderines viejos a su padre y me los llevó a la cancha Ferroviarios, el domingo anterior al clásico. Los puso entre mis muñecas  al tiempo que me decía” Marianita están un poco rotos, no me los devuelvas. Los saqué del cajón de herramientas de mi papá, no digas nada”. Yo los escondí entre las bufandas, hasta que al llegar a mi casa,  los miré con detalle. Estaban bastante desflecados, así que en la semana los remendé como pude, los planché con mi planchita de hierro y los doblé para llevárselos de regalo a Doña Rosa.
Después del almuerzo del domingo, salimos rumbo a su casa. Vivíamos relativamente cerca, no más de siete cuadras.
Mi padre me alzó para que tocase tres veces la puerta con la manito de bronce. Mi tía abrió la puerta. Al cruzar la amplia galería colmada de malvones rojos, comencé a sentir el olor a  buñuelos de manzana, mis preferidos.
Entramos en la cocina, sobre la mesa había una gran fuente colmada de frituras redondas “Marianita servite, y convidale a tus muñecas. Están flaquitas como vos” me dijo mi abuela, al tiempo que me alzaba para que me sirviese uno.
Al costado de la gran mesa, estaban los bancos largos de madera. Mis hermanos corrieron a lo largo de ellos para ir a sentarse cerca de la radio. “No me tiren la capilla” dijo mi abuela en voz alta. Fue en ese momento que supe que así le decían a las radios con forma de catedral.
Mi padre se sentó a tomar unos mates con mi abuelo, y según dijo “Estaba muy tranquilo porque él era de “Los cuervos””. Mi abuelo no sabía mucho de fútbol, pero era un clásico y había que escucharlo de boca del “Gordo Muñoz” , uno de los mejores relatores de fútbol de la época.
Yo me senté en la falda de mi abuela y no solté mi cartera hasta que fue necesario. Ocurrió en el momento del penal que cobraron a favor de River, que la sentí temblar a ella. Me bajé de su falda, y corrí hasta la radio, abrí mi cartera y saqué los dos banderines de Boca. Vestí la radio de punta a punta, mientras mis hermanos no dejaban de preguntarme de dónde los había sacado. 
Pactos son pactos, así que con cara distraída les dije que los había encontrado en un tacho de basura y que los había lavado y planchado. No me creyeron mucho, pero no me importó.
“Roma es Roma” dijo mi abu, al tiempo que  sacaba un pañuelo bordado del bolsillo de  su batón y haciéndole dos nudos, repetía “ Santo Pilato, si Roma no ataja el penal no te desato”.
 Magia o lo que sea, pero Roma el arquero de Boca le atajó el penal a Delem y mi abuela saltó de alegría. Mi abuelo la miró, censurándola, pero ella, astuta le dijo. “ dai dai Dante, non vedi que la nena trajo los banderines para que gane Boca?
Luego de eso es poco lo que me acuerdo, solo sé que la calle se inundó de fútbol y que la fuente de buñuelos vistió el barrio.

miércoles, 31 de octubre de 2018

Poesía para ir lejos




Caminamos
en las espaldas
del cielo
a instancias
de  pájaros
que gorjean
sus silencios
como la región
que navega
en el día
la noche
de las ideas
Y es entonces
la poesía
un refugio
Y una voz
que se eleva
con la libertad
en la mano
lejos
muy lejos
de la indiferencia.