jueves, 18 de febrero de 2016

Magna danza del agua



La lluvia suena a benévola lágrima, a deleite manso, a canto acentuado, a oculto río, a frescura del alma. La lluvia liba las penas hasta convertirlas en cristales que ascienden como bruma de antigua data. Me gusta su danza, su presencia y sus dones. ¿Será que del agua nacen las emociones magnas? 

sábado, 13 de febrero de 2016

Los brazos de Cupido


Extendí la visión más allá de lo imaginado, Pedro había desaparecido de mi vista. Intenté en vano calmar mi nerviosismo. De alguna forma se lo había tragado la tierra. Hubiese tomado un megáfono para llamarlo a gritos, no es justo sufrir así. Su presencia era importante para mí vida, pero no contaba con la magnitud de sensaciones que operarían en mi ser, el no poder encontrarlo en la estación de trenes. ¿A quién se le podría ocurrir ir al baño entre esa marea de personas?
Era un caótico ir y venir de viajeros. Nadie reparó en mis lágrimas, ni siquiera se percataron de mi rodada en el pasillo que conduce a los baños de hombres. Un tropezón no es caída, pero no fue así mi caso. Caí pesadamente. Atiné a levantarme en un santiamén, y en verdad todo me resultó ajeno, menos la búsqueda de mi amado Pedro.
¿Qué hacía ahí? ¿Hacia donde viajaba? Nada de eso tuvo respuesta en mi cabeza , solo supe que había ido con Pedro.
Deambulé por espacio de mil sombras y cientos de luces. Formas y colores indescifrables, y gente, mucha gente; demasiado trajín para mi . Sentí que mi cuerpo desfallecía, alcancé a sentarme en un banco. El temor me abarcó por completo: estaba sola en el mundo de los memoriosos, con nula memoria. No pude recordar cuál era la estación en donde estoy y lo peor fue que mi nombre se escapó así de repente. Se fue por algún agujero del cosmos. Eso si, recuerdo perfectamente a Pedro. Nuestra primera cita, nuestras risas, nuestros sueños. El primer beso y hasta nuestro primer íntimo encuentro.
Una mujer se aproximó para preguntarme qué hacía ahí. Con naturalidad le respondí que esperaba a Pedro. Se puso muy tensa, el rostro se le desfiguró un poco y con cierto aire compasivo me explicó que ya hacía más de un mes que estaba sentada en ese banco. Que cada día me preguntaba lo mismo. Que sería necesario que recordase mi nombre o me entregaría a las autoridades del lugar. Así es el mundo, y yo me pregunto ¿no era más fácil llamar a mi Pedro Uriquiaga?. Claro, no hay entre los pasajeros ninguno con ese nombre y apellido. Seguramente me tomarán por loca, y en realidad sus mundos cuerdos hablan de poco amor y poca espera.
Sospecho que hay algún vacío que mi mente no puede colmar. Alguna verdad divina o astral, o que se yo cómo llamarle.
Ya todo ha cambiado bastante, mi sobretodo raído por las lauchas me dicen que me he convertido en una mujer que vive en la calle, una pordiosera. Lo que ellos no saben es la riqueza que gurda mi amor. Yo esperaré a Pedro, porque sé que él anda por aquí. Hasta le pregunté a las sombras y ni siquiera ellas tienen esperanza. Yo sí. Habrá algún pasadizo, algo que coseche encuentros. Del otro lado de cualquier muro ha de estar el latido de mi amado. Solo tengo que recorrer con calma los setecientos andenes.
Casi casi como un infinito, pero lo lograré, porque sé que él también me andará buscando. Gente y más gente, y nosotros. Y ese maldito altoparlante que no cesa de preguntar por el paradero la Sra. Magdalena Ríos. En las pantallas veo una mujer sonriente, parecida a mi. Es bueno ver de cerca a los dobles, todo tenemos algún clon por el mundo. Ya casi estoy por llegar y mi corazón quedó paralizado. No es momento de ningún infarto. Menos que menos de morir. Al lado del altoparlante hay un pordiosero, es similar a mi Pedro. ¡ Es mi Pedro! Apenas puedo correr a sus brazos, han pasado centurias, o miles e infinitas noches sin albas. Él abre sus brazos y yo me acomodo en su pecho. Me mira con dulzura, solo atina a decirme:
—Magda, te estuve esperando amor mío…
—Yo no me moví de aquí Pedro. Vos sabes bien, la fortuna que tenemos no se pierde en una estación así como así.
Abrazados, cruzamos los andenes, las personas ni se detectan entre ellas , las pocas miradas que suelen cruzarse, parecen amargas. Entre tantos seres, vimos alguna pareja sonriente con el halo de Cupido entre sus brazos.. Espero que a ellos no les suceda como a nosotros que casi nos traga el tiempo…

viernes, 5 de febrero de 2016

Conjugación


Conjugamos
huellas
en silencio
abrazados
esencialmente
mirándonos
en el infinito.
Riego
el corazón
como una señal
distintiva
en esta uniformidad
que nos iguala.
Una palabra
o cien o etcétera
son destellos
de la poeta
que habita
el poema
cual relámpago
del agua.