viernes, 23 de enero de 2015

Me recuerdo poetisa



Cuando llega
la tarde
el alma
se asombra
de las pequeñeces
jamás marchitas
y me recuerdo
sin nubes
tan sólo poetisa.
Me aproximo
a un árbol
con sigilo,
él expande
la virtud
de refrescar
los días
y nuevamente
me recuerdo
tan sólo poetisa.
Magnifico
esa sombra
para enjugar
la lírica
en tardes
veraniegas
de palabra y tinta.


domingo, 18 de enero de 2015

Cuestión de género


Eloisa solía caminar desnuda por las treinta habitaciones de la amplia casona. En tiempos primaverales recibía la visita del modisto del pueblo a quien le encargaba tres o cuatro vestidos de telas livianas. A pesar de tener el guardarropa colmado de prendas de todo tipo y color, ella disfrutaba de su desnudez.
La madre de la mujer había fallecido cuando Eloisa era pequeña y el dormitorio permaneció cerrado por más de cuarenta años.
 El sonido de los truenos la ensordeció. Los relámpagos iluminaron el picaporte de esa habitación varias veces. Eloisa interpretó que era un llamado del más allá. Con emoción, giró la llave de la puerta de acceso y la abrió. Las telarañas la asustaron hasta que pudo desprenderlas del rostro. Avanzó hacia el ropero: le intrigaba saber qué cosas había guardado su madre antes de morir. La sorprendió hallar los cajones vacíos y sólo un vestido colgado en la percha. Hurgó en una caja labrada y halló unos pocos recortes de diarios. Los tomó entre sus manos, leyó uno por uno y empalideció. Nunca le habían dicho que había muerto asesinada por su malinterpretado hábito de pasearse desnuda por cuanta habitación hubiese en la casa. ¡Las malditas alergias a las telas! Con tristeza supo que lo que la separó de su madre, entre otras cosas, fue un problema de género…

sábado, 10 de enero de 2015

Cosas de homónimos


Marianella se encerró en la habitación, necesitaba aislarse del mundo. Más precisamente, alejarse de su entorno familiar que le recomendó visitar al médico debido a su constante cambio de carácter. Encendió la computadora para escuchar música, pero la tentación la llevó a abrir la bandeja de entrada de su correo electrónico. Todos los mails querían venderle algo, menos uno: el de su homónima, Marianella Gioia. Lo leyó una y otra vez: nunca había entendido la persistente alegría de esa mujer. Con evidente disgusto abrió la ventana de la habitación para tomar un poco de aire. El día estaba pegajoso, un fiero impulso la llevó a tomar la máquina y arrojarla por la ventana del segundo piso. La vio caer pesadamente sobre el techo de lona de la panadería aledaña, y luego aterrizar sobre un tapiz de flores. Salió al balcón y se asomó lo más que pudo, necesitaba ver la computadora destruida: quería corroborar que hubiese muerto la alegría, pero olvidó que la baranda estaba en arreglo.


jueves, 8 de enero de 2015

UNA MUJER DE SESENTA Primera parte



Una mujer de sesenta años no es ni un vino espumante ni una anciana, pero tampoco es una rosa crédula ni un gladiolo de cementerio. No estamos en la mitad de la vida: ya lo sabemos!!! Tenemos más pasado que futuro y menos paciencia que a los cincuenta para soportar zonceras; sabemos de qué se trata la mentira, el sueño colectivo y el colectivo vacío. Conocemos de debates, de claroscuros, de lágrimas, de pensamientos y convicciones asidos al alma misma. Amamos escuchar música porque ella fue nuestra primera rebeldía: en la letra la idea, en la melodía una guitarra que rasguea fuertes signos. Algunas, somos las enamoradas del Che, las primeras novias de Freud y las que dudan y hacen dudar porque argumentar es parte del camino. No nos gustan las palabras remanidas, siempre le buscamos la quinta pata al gato porque en esa búsqueda implacable alguna vez hemos hallado algo distinto. Nuestras llaves habitan en el cerebro; somos las del jugo de durazno y el humo en la cara como desafío. Las sexagenarias de hoy, aquellas quinceañeras de la década del setenta pusimos en el tapete la libido tan sólo con unos centímetros menos de pollera y kilómetros de libros leídos: las bibliotecas han sido, son y serán siempre un buen destino.  Nos gusta la palabra No, porque en ese No hemos conquistado los Síes que hoy son moneda corriente. ¿Qué le diría a mi vecina que este año será sexagenaria como yo? Le diría que no le creo, que sesenta no alcanza para medir su capacidad de lucha, le diría que seguramente aún nos quedan muchas otras libertades por conquistar, que siempre es tiempo, nuestro tiempo sin tiempo para soñar mundos mejores y equitativos.


miércoles, 7 de enero de 2015

EL HOMBRE INVISIBLE

Buscaba la amistad virtual. Un sol que entibiase su muerta vida. Hojeaba el periódico como era habitual en él, de atrás hacia adelante. Luego leía cualquier libro de ficción que cayese en sus manos; verdaderamente ninguna cosa que lo aproximase a la realidad le hacía bien. Se le atragantaban los logros ajenos, pues estaba enfermo de desamor y envidia. Un día, como tantos otros, decidió abrir la puerta de su mundo reducido e ir a tomar un poco de aire. Se acercó a la librería más cercana a su domicilio, en la batea que estaba en la puerta de entrada se topó con “El hombre invisible” de Wells. Lo miró con cierto desdén; hubiese dado lo que no tenía por hacer desaparecer del mundo de las letras a quienes lo opacaban; tenía un ácido sentido del ego y pensó que quizá desde la invisibilidad nadie sabría que él había sido el gestor de la idea. Cerró el libro, retornó a su casa y luego de leer las producciones de sus compañeros de red social los bloqueó, los borró de su lista de amistades. Ya más tranquilo intentó dormirse. Un cierto estado de incomodidad se apoderó de su esencia; sintió deseos de conocer las reacciones y los escritos de quienes había hecho invisibles, fue entonces cuando se miró al espejo y vio su cuerpo desnudo y golpeado: por enésima vez recordó que ya hacía como un siglo que había muerto.