sábado, 26 de diciembre de 2015
Cosas del hado
La puerta del taxi no cerró bien, me acomodé de la mejor manera posible para no caer en la primera curva que me encontrase desprevenida. Winston, así se llamaba el taxista, miró por el espejo retrovisor y a modo de advertencia me propuso sentarme al medio del asiento. Yo soy bastante testaruda, no estaba en un auto de carrera y a pesar del gesto del taxista me quedé aferrada a la manija de la puerta trasera y con los pies enganchados en el asiento delantero.
El automóvil arrancó lento, respiré profundo. Me preguntó a qué dirección me dirigía y le dije que iba al Aeropuerto pues en dos horas partía el avión que me llevaba de vuelta a mis pagos. Consulté mi reloj pulsera y eran las nueve de la mañana, el avión saldría a las once, había suficiente tiempo.
Winston canturréó un tango, me sentí como en casa. Volví a consultar mi reloj y para mi sorpresa aún marcaba las nueve en punto. Eso es el tiempo a veces, un espejismo, pensé. El taxista siguió cantando por espacio de tres kilómetros o más, miré mi reloj pulsera y con cierto nerviosismo comprobé que eran las nueve en punto. El tiempo detenido o mi reloj sin pilas, observé con detenimiento el rostro de Winston, me recordó a un antiguo taxista del barrio que ya hacía muchos años había fallecido. Extraje de mi cartera un espejo para poder verme, me sentí empalidecer cuando el automóvil tomó esa curva a alta velocidad y mi cerebro adelantó las circunstancias por venir. Esta vez me ceñí fuertemente al asiento delantero y cuando la puerta se abrió no salí despedida. La hora nueve estaba marcada en mi destino. Bajé del taxi y comencé a correr por la carretera. En tiempos de niebla es difícil ver bien y fue así como no vi el automóvil en sentido contrario a mí. Aún permanezco gélida. Esperando que el reloj se mueva pero parece inalterable. Odio los destinos marcados, me hacen sentir títere de un gran titiritero, así que cuando salí de la clínica decidí no usar más reloj pulsera: la hora nueve me da náuseas y no hay medicina que las calme…
viernes, 25 de diciembre de 2015
Un cuento para renacer
Juan
no tenía árbol de navidad, tampoco casa y menos que menos una familia típica;
las fiestas como la vida eran incertidumbre diaria. Ese día salió de recorrida
por el barrio, hurgueteando dentro de un contenedor de basura apareció ante su
vista un barrilete colorido y en buenas condiciones. Lo miró con cierta
desconfianza: alguien lo había tirado y lo supuso roto. Para su sorpresa, en
apariencia, se notaba entero.
Correteando
se dirigió hacia la orilla del mar. Necesitaba remontarlo. Alzó la vista y apuntó
hacia el sol. Se sintió observado: un par de niños comenzaron a reír a
carcajadas. El barrilete caía a tierra una y otra vez, al tiempo que Juan
perseveraba en ajustarle los tiros. Una, dos, tres, veinte veces.
Los niños, curiosos por naturaleza, se aproximaron a Juan. Necesitaban ver de cerca qué hacía. Él, sonrió a boca llena y dijo en voz alta:
- Sé que no llegaré al Sol, pero para darle a algún rayo de luz es necesario soñar lejos.
Los niños, curiosos por naturaleza, se aproximaron a Juan. Necesitaban ver de cerca qué hacía. Él, sonrió a boca llena y dijo en voz alta:
- Sé que no llegaré al Sol, pero para darle a algún rayo de luz es necesario soñar lejos.
Lo
lanzó con todas sus fuerzas a favor del viento y con lentitud el barrilete comenzó
a ascender. Cuando estuvo a mediana
altura lo soltó y se sentó a verlo en ascenso, después de todo el sol parecía
estar cerca ese día…
sábado, 12 de diciembre de 2015
Reflejo condicionado
Los amigos de Sara dicen que ella siempre camina en redondo, como la laucha en la palangana. Repite una y mil veces el mismo recorrido y se queja de Pávlov y el libro que habla de los reflejos condicionados.: no le gusta, no lo entiende o lo siente inservible. Despues de todo , ella no es ninguna perra.
Sara está por concretar su cuarto matrimonio. Se siente llena de ilusiones y con mariposas en el estómago, como decían las mujeres de antes.
Esa mañana, fue hasta el ropero a buscar el vestido blanco, el mismo que usó en las otras oportunidades de enlace, solo que le iba cambiando el lazo: el primero fue blanco, el segundo rosa, el tercero verde y en esta ocasión sería un lazo azul; lo acarició con pasión pensando en el futuro.
Antes del día de casamiento debería concretar algunas entrevistas de trabajo y asistir a un cóctel al cual había sido invitada. Era su última salida antes de volver a casarse. Se miró en el espejo y pensó que era tiempo de serenar su alma, los ojos profundos hablaban de cansancio. Sacudió su cabellera como un gesto anexo al sacudir sus pensamientos. El rostro de su amado se delineó en el aire, un flash y luego se alejó.
Tomó la plancha para alisar el vestido transparente que usaría en esa fiesta, pensó en la música que la transportaría y en las copas de champagne.
De tanto pasar la plancha por el mismo lugar, acortó el ruedo del vestido hasta que la falda desapareció convirtiéndose en una ajada blusa transparente. Se aproximó a la ventana y la arrojó a la calle. Se sintió liberada. Con breves pasos saltarines se acercó al libro Reflejos condicionados, deseaba finalizar la lectura. Así lo hizo y luego con una llamada desde el teléfono celular se disculpó por no asistir al cóctel
Liberar el instinto en los brazos amados es un buen camino, pensó, mientras acariciaba el vestido de novia.
martes, 8 de diciembre de 2015
Magnicidio de la idea
Stephen Jirg poseía una gran fortuna. Figuraba en la lista
de los diez hombres más poderosos de la Tierra, pero no le bastaba para colmar
su ambición.
Una noche de oscura
clarividencia compró todos los satélites de comunicaciones existentes. Sus
adversarios hacían otro tipo de negocios más riesgosos que dejaban suculentos
dividendos. Sin embargo, el Sr Jirg pensó que para matar otras ideas no es
necesario más que propagar, como el viento perseverante, una mediocre idea. Así
fue como Stephen logró ser el hombre más rico del planeta…
lunes, 7 de diciembre de 2015
Desmemoria
Marisa
camina con asiduidad por el barrio latino. Suele llamar la atención de otros
transeúntes. Algunos le han preguntado qué cosa ha perdido por esa particular
manera de caminar cabizbaja y en redondo, repitiendo una y otra vez el mismo
trayecto.. Ella alza la vista y un tinte de rubor enrojece sus mejillas. Jamás
podrá decirles a sus vecinos que lo que ella busca no está en la acera, ni
siquiera más abajo.
Julio
su compañero la sigue sin desvelo. Él
cree que algún día Marisa descubrirá que
la memoria es de carne y estrellas. Mientras tanto, vaga con ella por el
cementerio de ideas. Mata algunos pensamientos con sonrisas poco convincentes.
Julio
está ahí, noche y día a orillas de la
desmemoria, a la espera.
Una
tarde de octubre, que ambos recuerdan, ella miró de soslayo a su perseverante
acompañante. A contraluz de cualquier idea parásita, creyó ver la sombra de su
propia silueta. Hizo gestos y mohines
que se proyectaban en las paredes a medida que avanzaba contenta. Solo se detuvo cuando la sombra proyectó un sombrero.
Derramó la lágrima demorada: su compañero lo usaba en las tardes de sol
hirviente. Extendió los brazos y se fundió en la imagen de la pared. Aún hoy
buscan a Marisa, la del andar cabizbajo y la silueta de polvo y estrellas.
Cosas que suceden en la desmemoria de los pueblos…
ESPEJO
Cincelo
los recuerdos con la voz espeja. Desprovista de retratos deambulé por el mundo
entre espejismos y mares secos. Mutaron las sombras, los pájaros blancos
anidaron en mi pecho, volvieron las alas a encontrarme presta y dancé como
danzan las almas añejas: con las fibras genuinas en el azul inmenso de mi único
espejo.
domingo, 6 de diciembre de 2015
REFUGIO DEL ALMA
A merced
del refugio
pincelo
razones
de la sinrazón
entre versos
con filo.
Amparada
por el sabor
de la pausa
barreno
un poema
encendido.
Las palabras
devoran
los acentos
para ser
cálida acogida
en un cielo distinto.
Después de todo
la poesía
es el limbo
de la carne
encauzado
por azules ríos.
miércoles, 2 de diciembre de 2015
SEÑAS
En la
hipotermia
de
las cosas
sin
lógica,
en el
claro
de
las ideas,
en el
continente
de
las palabras,
en la boca alada
de
las voces,
en el
impulso
que
nos cobija
habita
la
impronta humana.
Me
ganan
los
caminos
que
batallan
la
inercia,
los
paisajes
que
alimentan
los
ideales:
las
señas
del
cuerpo y alma.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)