Me gusta conquistar mundos desde la ventana, y
aunque rechacé la idea de viajar en tren, me sentí posteriormente, arrepentido.
Los años subsiguientes, deambulé por las noches del alma, entre
pasillos de la mente y huecos del corazón. Retomé la idea, viajar siempre es un
canto a lo impredecible. Recalé en lo memorable.
Una figura a lo lejos en un viejo andén, me recordó
las tantísimas veces que las personas creen llegar a destino al reencontrarse
con otras. Pero, este no fue el caso. No creo en los hados aritméticos y menos
que menos en lo fortuito. Todo tiene su razón de ser, su porque, su cómo y cuándo.
Ir y venir por la niebla nunca es cosa clara y
aunque quise disiparla con la luz del corazón, por enésima vez ganó la
oscuridad. La niebla es también ese mundo… bajo mundo, ese submundo que se
alimenta de lo aparente pero se nutre de lo escondido.
Se comenta que hay distintos tipos de trenes: hay varios
en los que ya he viajado , tienen
demasiados muertos vivos viviendo como camaleones, sonriéndole a la luna pero
amaneciendo en brazos del sol hasta incinerarse. Yo fui un divertido pasajero,
pero reconozco que también hay otros trenes más cálidos y calmos que me seducen.
Como sea, no subí al vagón verdadero , pero ascendí
un cerro para ir en busca del faro más
alto y antiguo del mundo. Desde ahí vislumbré la estación de la
felicidad. Había un gigantesco espejo
donde las personas se miraban a sí mismas. Parecido efecto a la entrada al
templo de Delfos con el famoso cartel de entrada: conócete a ti mismo…
Se me ocurrió pensar que la apariencia no salva del
espejo. Quién querría salvarse si solo
se trata de vivir, me había dicho una
vez ,un pasajero ceniciento, y así fue como se me ocurrió tiznar la mirada del
faro y trocar el arrepentimiento ,mi doble faz y todos los matices, por algún
otro viaje que no me reflejase.
Me gusta conquistar mundos desde la ventana…