domingo, 18 de enero de 2015

Cuestión de género


Eloisa solía caminar desnuda por las treinta habitaciones de la amplia casona. En tiempos primaverales recibía la visita del modisto del pueblo a quien le encargaba tres o cuatro vestidos de telas livianas. A pesar de tener el guardarropa colmado de prendas de todo tipo y color, ella disfrutaba de su desnudez.
La madre de la mujer había fallecido cuando Eloisa era pequeña y el dormitorio permaneció cerrado por más de cuarenta años.
 El sonido de los truenos la ensordeció. Los relámpagos iluminaron el picaporte de esa habitación varias veces. Eloisa interpretó que era un llamado del más allá. Con emoción, giró la llave de la puerta de acceso y la abrió. Las telarañas la asustaron hasta que pudo desprenderlas del rostro. Avanzó hacia el ropero: le intrigaba saber qué cosas había guardado su madre antes de morir. La sorprendió hallar los cajones vacíos y sólo un vestido colgado en la percha. Hurgó en una caja labrada y halló unos pocos recortes de diarios. Los tomó entre sus manos, leyó uno por uno y empalideció. Nunca le habían dicho que había muerto asesinada por su malinterpretado hábito de pasearse desnuda por cuanta habitación hubiese en la casa. ¡Las malditas alergias a las telas! Con tristeza supo que lo que la separó de su madre, entre otras cosas, fue un problema de género…

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