viernes, 13 de octubre de 2017

¿Querés un mate?

¿Querés un mate?
Estábamos varias mujeres en el punto de la encrucijada, ese instante que demora el otoño por fuera con un poco de magia y rejuvenecedoras cremas y de pronto surgió el deseo que fue unánime: ¿Y si nos tomamos unos mates? Y el termo y el agua a punto y las palabras risueñas y las manos que saben de caminos de ida y vuelta. Me tocó el segundo y esperé turno, complacida por el momento. Y las palabras se volvieron bombilla, y la yerba mate, un mar verde de amigable cielo. Y todo cambió de aspecto: el rayo de sol que entraba por el ventanal se instaló en el alma de los que sabemos del valor de tomar un mate, en rueda. Un mate amargo, dulce o con edulcorante, con sabor a limón, naranja, o solo yerba, pero más allá de esas diferencias nos hermana, nos abarca y nos contiene, sin más razón que por el hecho de compartir, porque así lo manda la costumbre de ser fraternos: en las buenas, en las malas, en las alegrías, en las tristezas, en el día o en la noche, en el trabajo, en los etcétera. Y me sentí agradecida, porque compartir un mate es una muestra de cariño que forma parte de nuestro acervo cultural, una costumbre antigua y genuina, que no perdimos para el encuentro. Y para cuando quise acordar, estaba en otro punto geográfico, con otras manos extendiendo un mate a micrófono abierto. Cosas simples que nos pertenecen...

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