domingo, 3 de diciembre de 2017

La niebla



Estaba un hombre de mediana edad, sentado en un banco de plaza, con las manos sosteniendo su cabeza y la mirada perdida. Tomó el periódico que llevaba en su bolsa, y con el dedo índice, tocó varias veces el margen superior.  Era su manera de corroborar el día: 10 de diciembre del 2031.  Miró en derredor y sintió que esa plazoleta le era ajena a su vida:  desconoció los bancos de mármol, los accesorios de grafito y hasta los pisos acerados. La neblina que cubría el pasto artificial, lo confundió aún más: en Estación Malattia nunca hay bancos de niebla, menos que menos, un día como ese,  donde el sol estaba a pleno.
El hombre,  vio pasar a un niño muy cerca suyo, y con el diario en la mano, se aproximó:
—Disculpáme, no veo muy bien por la niebla¿ Me podés decir qué día es hoy?
El niño miró su reloj solar y le dijo:
—Es jueves…
—Si, si, pero la fecha…
—10 de diciembre.
—Si si, pero de qué año…
El niño lo miró sorprendido y apuró sus pasos, sin responderle.
El  hombre volvió a su banco, y buscó en sus bolsillos los anteojos de ver de lejos. Se los colocó y para su sorpresa, se vio a sí mismo, cotidianamente, caminando por esa plaza, abrazado a su esposa. La niebla bajó hasta cubrir la mitad de su cuerpo, sintió frío. Tomó el paquete de pañuelos descartables del bolsillo del saco y restregó los ojos hasta calentarlos. Luego, volvió a mirar la fecha en el diario y  leyó: 10 de diciembre de 2031. Hizo un gesto de fastidio. Alzó la vista para recorrer el parque: los juegos para niños, las flores de metal y hasta los faroles eran de diseño moderno, pero él, era un hombre antiguo…
Fue hasta el bebedero de agua y mojó sus ojos, tantas veces tantas, hasta vaciarlo. Necesitaba ver bien, pero aún había neblina en esa plaza y aunque buscó por muchos lados, no pudo hallar a nadie que lo ayudase a ver mejor, y menos que menos, a su esposa. Es más, no sabía si ella había ido o no, con él.
Pasó la mañana, y la tarde, y llegó la noche, y el hombre de mediana edad, seguía firme sentado allí.
En el pueblo comentaron que estuvo más de miles de  días, en ese banco, buscando disipar la nubosidad, hasta que un día alguien lo vio a la orilla del mar, subiendo sus pocas pertenecías sobre una balsa y nunca más apareció.
Parece que se llamaba Ulises y desde el día que se fue, el bebedero de la plaza está cargado de agua tibia y salada, semejante a las lágrimas.

Desde que el mundo es mundo, hay gente que se pierde cuando le falta el amor…

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