viernes, 6 de julio de 2018

De ensueños y magia




Me gusta leer libros antiguos, especulo sobre la mano escribiente y el siglo que transitaba al momento de determinado texto, imagino las motivaciones y me inmiscuyo en el  modo del lenguaje utilizado. Pero todo estimula a la sensibilidad, incluso aquello que sucede al momento de dormir.
Claro que adormecerse con la imaginación encendida en lo remoto trae como consecuencia ensueños y ridiculeces.
Apoyé la cabeza en la almohada y me puse a pensar acerca del oficio de escribir. Me dormí para despertarme y tomar vida en el mundo onírico. Allí me encontré con otros pájaros como yo conjugando el engranaje de un sueño escrito. Los amateurs también soñamos con millones de ojos leyéndonos,  no cuesta nada y es una tregua que oxigena  la realidad hasta nuevo aviso.
Como les contaba, en el ensueño, el escribiente del tipo H ( pájaro literato) oficiaba de chofer de un pájaro de plumaje vistoso y alto vuelo, es decir ,de un famoso escritor. 
Yo para variar, estaba en “babia” como es común en mí, y me acerqué al automóvil que el chofer había estacionado en la casa de mis sueños.  Abrí la puerta del auto y tomando del brazo en forma fraterna al pasajero sentado atrás, lancé mis reflexiones de vida que nadie me había pedido, con entusiasmo y optimismo, sin siquiera reparar en su rostro.  
Convengamos que el mundo que tiene lugar cuando dormimos goza de una absoluta libertad, además de nutrirse del absurdo.
El caso es que con esmero me puse a corregir un texto ( de palabra) que a futuro sería parte de un libro artesanal. Me divertí con mi propia verborragia, y es más, creo que en un momento sentí el aleteo estimulante del pasajero escribiente que yo no había tomado en cuenta. Todo hubiese culminado ahí, a no ser por la mirada del chofer, divertida y expectante a su vez, y a su pregunta que dio en el blanco “ ¿Sabés quién es él?” y entonces alcé la vista y  lo miré. Sentí pudor. Era un escribiente del tipo Z, uno de los que yo leía, el de sonrisa demorada y voz segura. Me acomodé en mi asiento de lectora, dispuesta a acompañar el periplo o la travesía que se presentase. Así fue como sin mediar tiempo ni espacio, entramos a una Universidad y el escritor famoso, vaya a saber por qué, cruzó un amplio pasillo para retornar rápidamente vestido de otro modo, con un pantalón de tipo chupín color blanco, zapatos puntiagudos similares a los que usan los duendes de los cuentos de niños y un pilotín beige entallado al cuerpo. Me sorprendió su transformación.
Fue por ese simple detalle que comprendí que los escritores Zeta hacen mundos mágicos en un instante. Miré al chofer, que por esas cosas de los sueños estaba sobre una cornisa a punto de batir alas con una crónica nueva y no me quedó más remedio que subirme a ciegas al mundo de palabras para gestar un vuelo raso o iluminar como luciérnaga alguna historia con la esperanza de atravesar las consonantes que a lo lejos convocaban a mi alma. Después de todo, a la magia hay que regarla con trabajo sin olvidar el ensueño que provocan los personajes…

No hay comentarios:

Publicar un comentario