lunes, 9 de mayo de 2016

Calla, calla, calla

Calla, calla, calla.
Siempre me ha gustado preguntar y escuchar los porqués de las circunstancias que acontecen. A veces hay respuestas más o menos creíbles, y en otras oportunidades, hay más interrogantes que aclaraciones. 
El caso es que el humor barrial estaba enrarecido: no había nadie caminando por la calle, y es más, todo pareció haber quedado inmóvil y desierto. Sin rumbo fijo, caminé por espacio de dos horas, haciéndome preguntas sobre todo lo ausente. Claro que como toda ausencia se nutre de lo apocalíptico o algo así, y sucede a espaldas de nuestra capacidad de ver más lejos. Despejando esos pensamientos nefastos, y liviana de sombras, caminé sin parar más de tres kilómetros.
Me sentí cansada y aminoré la marcha. Con paso cadencioso me adentré en el barrio de mi infancia. Nada y todo había cambiado. Digo nada por lo aburrido del lugar, y digo que cambió todo porque allí tampoco había gente. Me pellizqué para saberme viva y seguí caminando. Alisé mis cabellos al verme reflejada en el vidrio de una cafetería. Hubiese entrado a pedir un café, pero noté mucho polvillo sobre mesas y sillas. Continué caminando. Me di cuenta que tampoco se oían conversaciones o voces tras los ventanales de las casas o en los patios. Silencio, solo silencio. La palabra no dicha es de personas indiferentes, pensé, mientras se agigantaba el tamaño de las cosas que me rodeaban.
Mi ciudad, sin dudas, se escondió tras una capa de silencio, me dije, en voz baja.
Una tienda de juguetes llamó mi atención, más precisamente fueron los gestos de los muñecos los que me hicieron entrar. Una muñeca hizo señas a otro muñeco y ese otro a otros, y todos encerraron las señales en un puño. Me dio curiosidad saber qué dirían, pero a mí no me pasaron seña, no soy una muñeca.
En ese maremágnum de duras expresiones, alguien supuso que ya eran demasiados muñecos los que gesticulaban, por lo cual era posible un lenguaje de comunicación. Y entonces, el dueño de la juguetería cerró la tienda y esparció las partes de los muñecos por la acera. Yo fui testigo. Fue así como en medio de los gestos no expresados, descubrí la fábrica de juguetes en quiebra. Se me ocurrió que el manto de silencio no justifica el mío, pero ya hace demasiado tiempo que uno sabe lo que es perder el trabajo y enrollé mi lengua como todos los vecinos del barrio.

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