jueves, 24 de septiembre de 2015

El tren y el destiempo


El tren inmóvil. Las luces de los vagones, aún apagadas, daban un panorama desolador a la estación. El alma de Lucía parecía divagar por encima de la formación del tren. Los ojos de la menuda mujer se agigantaron a medida que llegaban los pasajeros para el viaje. Ella no hubiese querido que Gabriel se fuese, tampoco él hubiera querido irse. ¿Cómo se mastica el sabor de lo no deseado? ¿Cuál es el aire que cabe entre dos bocas que se despiden?
Nada parecía existir para esa pareja de enamorados más que sus manos unidas, la tristeza en los rostros y una ínfima luz de prometedor encuentro. Tiempos de oscuridad y como toda oscuridad no perdona a nadie. Se acariciaron hasta que el pitido del tren los llamó a la realidad. Una ventanilla, un asiento y un andén eran el paisaje que los acompañó, hasta que el vagón se empequeñeció en el infinito.
Lucía tragó sus lágrimas tres pasos, mil pasos, millones de pasos. Luego, lloró su desconsuelo en soledad. Vaticinó la ausencia sin tiempo. Secó las lágrimas con sueños.
Despertar suele ser doloroso. Aunque otros dicen que ha salido el sol, ella prefiere creer que un buen sueño vale más que la peor realidad.
De tanto en vez se la ve deambulando por la estación, ya los trenes no son como antes, tampoco ella, ni siquiera Gabriel ha de ser el mismo. De eso se trata crecer, muchas décadas han pasado aunque el lugar sigue siendo desolador. Los pitidos del tren ni siquiera traen recuerdos porque la memoria se fue con ellos. Así es el tiempo, un vagón que lagrimea a lo lejos y un amor que se pierde.
El tren inmóvil, hasta nuevo aviso, hasta otras despedidas, y otras ausencias.
Pareciese que una nueva formación se mueve o quizá son los pasos de Gabriel a lo lejos. Entre la neblina y la oscuridad, hay un alba de ensueño. Lucía peina su gris cabellera, es domingo y dicen que los trenes nuevos comenzaron a moverse…

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