jueves, 29 de octubre de 2015

Paracaidista


Soy una intrusa en este lugar. Me abrocho y desabrocho el cinturón. Me hago la indecisa. Nunca manejé un auto deportivo, tampoco fui acompañante de fórmula 1 y menos que menos paracaidista. Me abrocho y desabrocho el cinturón. Me gusta ver las caras de circunstancias de los fortuitos voladores en el aire. Les gusta el vértigo de no saber y aprender sobre la marcha. Tengo pensamientos acelerados, tal vez porque la necesidad de huir de ahí es superior al movimiento de cualquier objeto lanzado con fuerza al aire. Soy una intrusa.  
El entrenador me mira con detenimiento. Saltar al vacío es un reto a la cobardía- me dice por lo bajo. Me desabrocho el cinturón y me retiro unos pasos.  Le pregunto, histriónica y balbuceante, cuántas horas de vuelo tiene el que maneja el avión. ¡Y qué importa- me responde- hay un frívolo placer en el salto!
Observo y a lo lejos se ven miles esperando el turno y la aventura de ser otros, por un instante.
Soy una intrusa, jamás hubiese subido a este vuelo de improvisados. Sólo estoy por aquí para bocetar la situación en forma de retrato.
Esta manía mía de usar anteojos retrovisores hizo que lo recordase. Él es el mismo de siempre, repitiéndose en todas latitudes, dibujando espejismos en el aire para que haya muchos lanzándose al vacío, mientras en tierra se apropia de sus vidas, sus pertenencias, e incluso hasta de su sangre.
No hay caso, por más que quiera avisarles hay una sordera  generalizada. Espero que ellos vean la hilacha que le sobresale  al entrenador, un ser avezado en la mentira, pero debido a su  evidente excitación triunfal se le olvidó esconder un detalle: es el único que lleva puesto el paracaídas para este viaje…


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