lunes, 4 de enero de 2016

Bailando sobre la línea del tiempo


Decían en el barrio que Ulises era un ser extraño. Por las mañanas delineaba con tiza color azul, sobre la vereda, una línea recta. Luego preparaba su mate amargo y se sentaba a esperar el paso de los fortuitos transeúntes. Anotaba sobre un viejo cuaderno la estadística diaria: cuántos habían pisado la línea y cuántos la esquivaban. Tal vez son las supersticiones, se decía a sí mismo, pues en un noventa y nueve por ciento de los que por ahí pasaban se abstenían de pisar la famosa línea azul como si ella trajese infortunios.
Ese jueves soleado, Clara retornaba de la academia de baile con gesto de fastidio. En el examen final de tango había olvidado una parte de la coreografía. Nunca creyó posible tal cosa, sin embargo, una laguna mental fue protagonista y todo el esfuerzo se diluyó en la nada. Se sintió fracasada y tras un portazo dado con furia comenzó a caminar rumbo a su casa.
Caminó cabizbaja y rabiosa más de treinta cuadras hasta que un fuerte dolor de estómago la tomó por sorpresa justamente en la acera de la casa de Ulises. Se paró al filo del inicio de la línea azul y quebró en llanto. No siempre se lloran los fracasos, y tampoco los fracasos son causa de llanto, el caso es que Clara encorvó su cuerpo y abrazando su abdomen no cesaba de llorar.
Ulises atento a cada uno de los que por ahí pasaban creyó que la muchacha desmayaría. Se alzó de su silla para asistirla. Ella lo miró con cierto aire de desconfianza, pero a su vez necesitaba una mano que le ayudase. El hombre miro el rostro lívido de Clara y atinó a decir:
—¿En qué te puedo ayudar?
No le diría a su familia que había reprobado el examen por lo cual optó por desahogar su pena con un desconocido.
—No me puede ayudar, acabo de perder un año de estudios por un maldito olvido. Bailar es mi dicha. Un año es mucho tiempo…
—Ah-respondió Ulises—como mi línea azul que también es una sucesión de puntos en el tiempo.
Clara lo miró con curiosidad. Él continuó con la explicación.
—La que estás pisando con tu pie derecho, justamente comienza ahí donde estás parada.
Clara bajó la vista y vio la singular raya en la vereda.
—Parece una cuerda de equilibrista. Dan ganas de caminar por encima de ella—dijo la mujer por lo bajo.
—Podés hacerlo con confianza, es la línea del tiempo. El tiempo siempre deja alguna cosa buena en el alma.
La muchacha, con disimulo, caminó unos pasos sobre la recta azul. Ulises la observó detenidamente. Clara tenía porte de bailarina, brazos cadenciosos y piernas bien contorneadas. Fue entonces cuando comenzó a tararear “La cumparsita”. La muchacha no pudo escapar al deseo de bailarlo sobre la línea azul. Cuando llegó al extremo final de la raya, Ulises alcanzó a decirle:
—Convertí el tiempo en arte y nunca habrás reprobado.
Clara se alejó caminando apurada y con aire esperanzador. Ulises sonriente ovilló el tiempo en la tiza y entró a su casa.

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