miércoles, 3 de agosto de 2016

Viento a favor


Me gusta pensar que la intuición es el hijo no reconocido de la razón y la piedra en el zapato de la casualidad. El caso es que avalada por esas premisas ando por la vida desde hace un lustro. Una tarde de primavera, de esas que invitan a mirar el atardecer hasta que se disipa, vi una mujer caminando por una calle empedrada tarareando una vieja canción; por esto de ser intuitiva supe que era alguien que había pasado por mi vida en algún otro siglo. 
Apuré mi paso, esa melodía era muy conocida y pegadiza, ella cantaba en italiano y yo no pude descifrar una palabra, pero sin embargo no me resultaba ajena. Sentí un inmenso cariño por la voz cadenciosa. Son esas cosas que no se explican muy bien, la libertad de sentir que conocés a una desconocida es un camino que no todos comparten. No obstante ello, la mujer apuraba su paso y yo también, quizá el rostro me sería conocido. En algún momento sentí que ella corría y yo atrás, hubiese deseado una situación menos incómoda.
El mundo no es a la manera que uno lo imagina y la mujer que tarareaba esa hermosa canción parecía el viento. Llegó un punto en que no se si corría tras ella o tras la melodía, y ahí me dije que nada es casualidad y que si esa mujer corría era porque yo no le despertaba el más mínimo interés. Giré sobre mis talones y comencé a caminar en sentido contrario. Todo habría estado bien si no hubiese sido que la melodía me persiguió por más de veinte cuadras. Me detuve. Ya no me interesaba ver el rostro de la mujer, tampoco ser su amiga. Me senté en un viejo banco de plaza y por primera vez me escuché tatarear en la lengua del Dante. Mientras uno ame su propia creencia todo es posible, me dije, al tiempo que deshice el holograma que me tenía atrapada en otro siglo.
Intuición, la mujer de la melodía es mi piedra en el zapato: algún día cantaré como ella, libre y con viento a favor …

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