lunes, 5 de septiembre de 2016

Mutando entre destinos



Mutar es enterrar quien fuimos para ser otros, me dije en voz alta, mientras pasaba la barredora de memoria por el cerebro, más precisamente por las conexiones sinápticas que sostienen ese proceso.
Para renacer hay que olvidar, y antes del olvido de mí misma me puse un nombre, después de todo no está nada mal por empezar a nombrarme a mi antojo.
Así fue como debí convencer al espejo de que yo no era, dos en una, como las ofertas. Mi antigua memoria no está de promoción y menos que menos está de rebaja.
El punto álgido es que no contaba con que los demás seguían recordándome como la anterior y yo de ella poco sabía.
Cada día era más difícil, mis profesores ponían frente a mi  distintos libros para que les dijese si los recordaba. Hubiese dado la vuelta al mundo en ochenta días antes de atizar las conexiones que había barrido, porque si de algo me acordaba no se los diría.
Estaba consciente de no saber lo que alguna vez supe. En días posteriores, reconstruyeron mi Yo, sin mi anuencia. Es claro que ellos se resistían a mi mutación y así fue como los devoré en el sin sentido de las cosas y les cambié sus nombres y les discutí sus vidas hasta que abrieron mi jaula: es preferible un pájaro en constante mutación que una bandada en estado momificado, les grité, mientras los instaba a no creer en los espejismos…
Y así transcurro desde hace  tiempo, entre los dilemas que me recuerdan que soy yo misma mutando  y la balanza de la humanidad que tantas veces, mortifica.
Despliego mis colores fosforescentes a la vista de tantas jaulas de puertas abiertas que aún poseen mariposas dormidas y en algún lado del inconsciente se dibuja una oruga temerosa.
Sacudo mis alas y vuelo al ras de una letra viva…




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